Wowpedia
 
(No se muestran 9 ediciones intermedias de 2 usuarios)
Línea 1: Línea 1:
 
{{Novel}}
 
{{Novel}}
   
[[Image:Sylvanas Edge of Night.jpg|right|300px|]]
+
[[Image:Sylvanas Edge of Night.jpg|thumb|right|400px|]]
   
'''''Filo de la noche''''' (España) o '''Al filo de la noche''' (Latinoamérica), es una historia corta escrita por '''Dave Kosak''' y publicada en Septiembre de 2011 en la página web de World of Warcraft. Está centrada en la figura de [[Sylvanas]] tras los sucesos contra el Rey Exánime en Rasganorte.
+
'''''Filo de la noche''''' (España) o '''''Al filo de la noche''''' (Latinoamérica), es una historia corta escrita por '''Dave Kosak''' y publicada en septiembre de 2011 en la página web de World of Warcraft. Está centrada en la figura de [[Sylvanas]] tras los sucesos contra el Rey Exánime en Rasganorte.
   
 
==Personajes==
 
==Personajes==
  +
{|
*{{RaceIconExt|Sylvanas}} [[Sylvanas Brisaveloz]]
 
  +
!Principales
*{{RaceIconExt|Val'kyr}} [[Annhylde the Caller]]
 
  +
!Secundarios
*[[Garrosh Hellscream]]
 
  +
!Mencionados
*[[Bolvar Fordragon]]
 
  +
|-
*[[Master Apothecary Lydon]]
 
  +
| valign="top" style="padding-right: 1em" |
*[[Agatha]]
 
 
*{{RaceIcon|Sylvanas}} [[Sylvanas Brisaveloz]]
  +
| valign="top" style="padding-right: 1em" |
 
*{{RaceIcon|Val'kyr}} [[Annhylde the Caller]]
  +
*{{RaceIcon|Garrosh}} [[Garrosh Grito Infernal]]
  +
*{{RaceIcon|Undead|Male}} [[Maestro boticario Lydon]]
  +
*{{RaceIcon|Val'kyr}} [[Agatha]]
  +
| valign="top" |
  +
*{{RaceIcon|Bolvar}} [[Bolvar Fordragón]]
  +
*{{RaceIcon|ArthasDK}} [[Arthas Menethil]]
  +
*{{RaceIcon|LichKing}} [[Rey Exánime]]
  +
*{{RaceIcon|Varian}} [[Varian Wrynn]]
  +
|}
   
 
==Argumento==
 
==Argumento==
  +
  +
[[Arthas]] había muerto en la cima de la [[Ciudadela Corona de Hielo]], hasta donde se había desplazado [[Sylvanas]], vacía tras la caída de aquel que fue quien la convirtió en lo que es ahora: la reina en pena de los [[Renegados]]. Tras descubrir que el [[Rey Exánime]] había sido remplazado por un humano, Sylvanas se dirigió al precipicio ante la mirada de un conjunto de [[valkyr]]. Por su cabeza se cruzaron recuerdos de la caída de [[Quel'Thalas]] y de la liberación de los Renegados. Nada de eso estuvo presente cuando la Dama Oscura se arrojó al vacío, destrozando su cuerpo y encontrando finalmente la paz. Sin embargo las visiones volvieron a ella, visiones de la [[Alianza]] reconquistando [[Entrañas]] y de [[Garrosh]] malgastando los recursos de la [[Horda]] en otros menesteres. Las valkyr habían intervenido y le estaban mostrando a la Dama Oscura lo que sería de los Renegados si ella decidía morir. La oscuridad rodeaba a Sylvanas que aceptó acoger a las guerreras en su seno, sellando un pacto por el cual mientras las valkyr vivieran, también lo haría ella. Una de ellas se sacrificó y a cambio Sylvanas volvió a la vida. Quedaban ocho y un largo trecho hasta [[Lordaeron]] donde se estaba librando una guerra.
  +
  +
Mientras, a las puertas de [[Gilneas]], Garrosh se encontraba supervisando el asalto a la [[muralla de Cringris]], en la frontera con el [[Bosque de Argénteos]]. Las puertas de acceso a Gilneas se encontraban deterioradas a causa del [[cataclismo]] y una brecha se había abierto en ellas. El principal problema era la estrechez de esta abertura, que impedía el acceso de la Horda al reino humano. La idea de Garrosh era utilizar a los Renegados como carne de cañón y enviarlos en tropel para abrir camino, mientras sus orcos entrarían en combate a continuación. Justo cuando dio la orden de ataque, apareció Sylvanas para detener a los suyos. Flanqueada por las valkyr, su voz provocaba más que nunca el temor de quien la escuchaba. Miró a Garrosh y le espetó que si quería usar a su pueblo, tendría que ser a su manera. Ante la imponente Dama Oscura, Garrosh no tuvo más remedio que desdecirse. A partir de ahora, ella tenía el mando.
   
 
<!--
 
<!--
Línea 23: Línea 39:
 
CORONA DE HIELO
 
CORONA DE HIELO
   
Sylvanas Brisaveloz flota en un océano de consuelo, donde las sensaciones físicas se ven reemplazadas por la pureza de emoción. Es capaz de tomar la felicidad, ver la alegría y escuchar la paz. Esta es la otra vida, su destino. El mar eterno en el que terminó después de caer defendiendo a Lunargenta. Ella pertenece a este sitio. Cada remembranza hace que se empañen los recuerdos que tiene de este lugar. El sonido se torna distante y el calor se enfría, la visión se desarrolla en la palidez de un sueño a media reminiscencia. Sin embargo, éste, con claridad espantosa, siempre termina igual y el espíritu de Sylvanas es arrancado. El dolor es tan intenso que su alma queda desgarrada para siempre. El rostro de Arthas Menethil, con su torcida sonrisa y ojos muertos, se burla de ella mientras la jala de vuelta al mundo; violándola. Su risa, esa hueca risa, el mero recuerdo hace que su piel se enchine.
+
Sylvanas Brisaveloz se desplaza por un mar de bienestar, la pureza de la emoción reemplaza las sensaciones físicas. Puede tocar la felicidad, ver la alegría, oír la paz. Esta es la vida después de muerte, su destino. El mar eterno en el que se encontró después de caer en la batalla, mientras defendía Lunargenta. Este es su sitio. Con cada recuerdo, su memoria sobre este lugar se empaña. El sonido se aleja; el calor, se enfría. La visión toma la palidez de un sueño recordado a medias. Pero con aterradora claridad, el recuerdo siempre acaba igual: el espíritu de Sylvanas siente cómo lo arrancan de allí. El dolor es tan intenso que deja su alma rota para siempre. El complacido rostro de Arthas Menethil, con su sonrisa ladeada y sus ojos muertos, la mira con malicia al tirar de ella para devolverla al mundo. Se siente mancillada. ¡Su risa, esa risa hueca, tan solo recordarla le enerva la piel!
   
 
<center>* * * * *</center>
 
<center>* * * * *</center>
   
—¡Hijo de puta! —Aulló Sylvanas, pateando un pedazo destrozado de la armadura congelada del Rey Exánime. Su voz vacía y aterrorizante se quebró bajo el peso de su odio. El sonido hizo eco a través de los picos de Corona de Hielo, deslizándose por los valles tal como la empalagosa bruma que embrujaba este horrible sitio.
+
—¡Hijo de perra! —vociferó Sylvanas, dándole una patada a un trozo desprendido de la armadura congelada del Rey Exánime. Su voz, vacía y aterradora, se quebró por la tensión de su odio. El sonido retumbó entre los picos de la Corona de Hielo, y se desplazó por los valles como la densa niebla que siempre ocupaba ese horrible lugar.
   
Había viajado sola hasta aquí, la otrora sede de poder de Arthas, la punta de la Ciudadela Corona de Hielo; donde un trono helado se alzaba imponente sobre una meseta de hielo blanco. Era obvio que el mocoso egoísta que conocía se establecería aquí, sentado en la cima del mundo. Sin embargo, ¿dónde estaba ahora? Destrozado, ella ya no podía sentir su maldad jalando los bordes de su conciencia. Las piezas de su armadura rota se encontraban dispersas en el pico blanco que se encontraba frente a su trono, rodeadas de plastas congeladas de sangre ennegrecida; los restos de aquellos que finalmente hicieron que cayera de rodillas.
+
Se había aventurado sola hasta el antiguo centro de poder del Rey Exánime. Hasta la misma cima de la Ciudadela de la Corona de Hielo, sobre la que se alzaba un trono helado encima de una plataforma de blanco hielo. Era obvio que ese pequeño egotista que conoció de niña elegiría ese lugar para asentarse, sobre la cima del mundo. ¿Pero dónde estaba ahora? Estaba acabado. Ya no podía sentir su maldad atenazando su consciencia. Su armadura rota yacía hecha pedazos sobre el blanco pico ante su trono, rodeada de negruzcas masas de vísceras heladas, los restos de aquellos que, por fin, lo habían derrotado.
   
Sylvanas lamentó no haber estado ahí para ver su derrota y recogió un guantelete quebrado, el mismo que cubría la mano que blandía [[Frostmourne]]. Por fin ha muerto. ¿Por qué se sentía tan vacía por dentro? ¿Por qué seguía pulsando con rabia? Sylvanas lanzó la armadura desde la punta para verla desaparecer entre la turbulenta niebla.
+
Sylvanas lamentaba no haber estado allí para verlo destruido. Recogió un guantelete destrozado que cubrió la mano que empuñara la Agonía de Escarcha. "Por fin ha muerto".¿Pero por qué se sentía tan vacía? ¿Por qué aún se agitaba de ira? Arrojó la armadura desde el pico, y la vio desaparecer entre la turbia bruma.
 
No estaba sola. Nueve espíritus fulgurantes rodeaban el pináculo y sus rostros enmascarados se volvieron hacia ella. Sus formas efímeras flotaban con la ayuda de alas elegantes y carentes de sustancia. Eran las [[Val'kyr]], las doncellas guerreras de antaño, previamente esclavizadas por la voluntad de Arthas. ¿Por qué permanecían en este sitio? Sylvanas no sabía, ni tampoco le importaba. Se mantuvieron fuera de su camino, mudas e inmóviles mientras ella aullaba con furia. ¿Estaban mirándola? ¿Juzgaban sus acciones? Sylvanas las ignoró y caminó trabajosamente por la nieve hasta llegar al trono de Arthas.
 
   
 
Descargar en alta resolución No estaba sola. Nueve espíritus resplandecientes la rodeaban en la cumbre, sus caras cubiertas con máscaras fijaban su mirada en ella, sus formas efímeras se mantenían suspendidas sobre gráciles y etéreas alas. Eran las Val'kyr, antiguas doncellas guerreras, que fueron esclavas de la voluntad de Arthas. ¿Por qué seguían en aquel lugar? Sylvanas no lo sabía, ni le importaba. Se mantuvieron fuera de su camino, en un silencio absoluto, inmóviles, incluso cuando Sylvanas gritó y bramó. ¿La observaban? ¿La juzgaban? Las ignoró y avanzó por la nieve hacia el mismo asiento de poder de Arthas.
Alguien más estaba ahí sentado.
 
   
  +
Había alguien sentado en el trono.
En un principio Sylvanas pensó que se trataba del cadáver de Arthas, colocado en ese sitio de honor de manera burlona y sellado en un bloque de hielo, mas la silueta era totalmente distinta. Se aproximó al trono y pasó la mano por encima de la superficie del hielo, mirando la distorsionada figura en su interior; humano, sí. Sylvanas reconoció el perfil de una hombrera de la Alianza, no obstante, el cuerpo presentaba quemaduras muy serias. La piel se encontraba abierta como si fuera carne rostizada. Llevaba la corona de Arthas y sus ojos, ese destello de consciencia…
 
   
 
Al principio Sylvanas pensó que era el cadáver de Arthas, colocado de forma burlesca en ese lugar de honor y sellado en un bloque de hielo, pero la silueta no coincidía en absoluto. Se acercó al trono y pasó la mano sobre la superficie del hielo, atisbando la distorsionada forma que había en su interior. Humano, sí. Reconoció el perfil de una hombrera de placas de la Alianza. Pero el cuerpo presentaba serias quemaduras, la carne estaba abierta como si la hubieran asado. Llevaba la corona de Arthas, y en sus ojos, ese brillo de consciencia... —Lo han reemplazado —¡Un nuevo Rey Exánime ocupaba el trono!
Lo reemplazaron. ¡Había un nuevo Rey Exánime en el trono!
 
   
Sylvanas gritó nuevamente y su shock se tornó en furia explosiva. Primero golpeó el hielo con la palma de su mano y luego con su puño. El hielo se resquebrajó y el rostro inmóvil pareció partirse detrás de la red de fracturas. Sus aullidos se apagaron, perdiéndose en la neblina que envolvía el pico. Lo reemplazaron. ¿Significa esto que siempre habrá un Rey Exánime? Idiotas. Ingenuamente creen que su títere no comenzará a torcer el mundo para sus propios fines algún día, o peor aún, que no se convertirá en el arma contundente de algo todavía más terrible.
+
Sylvanas volvió a gritar, y el asombro se convirtió en una ira explosiva. Golpeó con fuerza sobre el hielo con la palma de la mano y después con el puño. El hielo se quebró. El rostro inmóvil del interior se cuarteó tras una maraña de fisuras. Sus gritos se desvanecieron, desapareciendo en la niebla que envolvía el pico.
   
  +
—Lo han reemplazado. ¿Quiere esto decir que siempre habrá un Rey Exánime? Idiotas —Asumieron ingenuos que ese rey marioneta no retorcería el mundo para conseguir sus propósitos. O lo que es peor: se convertiría en el arma de un ser aún más terrible.
Fue un golpe amargo. Esperaba entrar triunfalmente, no toparse con otra derrota. La victoria era hueca, pero se alejó del trono, se irguió y aceptó que el ciclo continuaría. Arthas estaba muerto. ¿Qué importaba si otro cadáver llenaba su trono vacío? Sylvanas Brisaveloz consiguió su venganza. La visión que impulsó a la dama oscura y a su gente durante años se había materializado; ni a una sola fibra de su cuerpo reanimado le importaba qué ocurriese con el mundo ahora.
 
   
 
Fue un golpe amargo. Había confiado en aventurarse hasta allí triunfante, y no en descubrir una nueva derrota. La victoria era vana. Pero se alejó del trono, se irguió, y aceptó que el ciclo seguiría adelante. Arthas estaba muerto. ¿Qué importaba si otro cadáver ocupaba su trono vacante? Sylvanas Brisaveloz había obtenido su venganza. La visión que los había alentado a ella y a su pueblo a seguir durante años por fin se había hecho realidad. Y ni a una sola fibra de su cadáver seco y vivo le importaba hacia dónde se dirigiera el mundo de allí en adelante.
Había terminado al fin. Una fracción de ella se sorprendió de que seguía en este mundo pese a que la presencia de Arthas ya no se encontraba tirando de la parte posterior de su mente. Se alejó del trono y se volvió para mirar el mundo frío y gris que la rodeaba. Sus pensamientos regresaron a ese sitio de felicidad, ese vistazo a medio a recordar de lo que aguardaba más allá. Casa, era tiempo.
 
   
 
Ahora todo había acabado. En parte se sorprendió de seguir siquiera existiendo, sin la continua presencia de él, siempre tirando de lo más profundo de su mente. Se apartó del trono y se volvió lentamente para inspeccionar el mundo frío y gris que la rodeaba. Sus pensamientos volvieron a ese lugar de absoluta felicidad, el recuerdo de su breve visión de lo que le esperaba más allá. Su hogar. Había llegado la hora.
Con paso lento regresó al afilado borde de la plataforma congelada. Trescientos metros abajo, oculto por las nubes, yacía un bosque de púas de saronita que Sylvanas había explorado previamente. La caída no podía matarla ya que su carne reanimada era casi indestructible. Sin embargo, las púas —la sangre solidificada de un Dios Antiguo— no sólo harían pedazos su cuerpo sino también su alma. Ella deseaba esto, el regreso a la paz. La labor que comenzó en los bosques de Lunargenta había concluido con la muerte de Arthas.
 
   
 
Lentamente, haciendo crujir el suelo a sus pasos, se dirigió hacia el escarpado borde de la plataforma de hielo. Trescientos metros más abajo, oculto por las nubes, se encontraba el bosque de púas de saronita destrozadas que había explorado antes. Una simple caída no podría matarla: su carne animada era casi indestructible. Pero las púas, sangre endurecida de un dios antiguo, no solo harían pedazos su cuerpo, sino que asolarían también su alma. Lo anhelaba. El regreso a la paz. La misión que había comenzado en los bosques de Lunargenta finalmente se había completado con la muerte de Arthas.
Descolgó el arco de su hombro y lo dejó caer a un lado. El impacto con la superficie desigual del hielo fue audible. Posteriormente se quitó el carcaj. Las flechas se regaron, despeñándose como una cascada por el costado de la Ciudadela Corona de Hielo, desvaneciéndose una por una entre la niebla. El carcaj vacío cayó silenciosamente a sus pies.
 
   
 
Retiró el arco de su hombro y lo lanzó a un lado. Este golpeó contra el hielo irregular. Después se quitó el carcaj. Las flechas cayeron de él en cascada, deslizándose por el borde de la Ciudadela de la Corona de Hielo, y desaparecieron una a una en la niebla. El carcaj vacío cayó sin hacer ruido al suelo, a sus pies.
Su rasgada capa oscura, libre de las armas que acababa de tirar, comenzó a agitarse alrededor de su cuello con los agrestes vientos. No sentía frío, sólo un dolor sordo que pronto se disiparía por completo. Podía percibir como su espíritu llegaba a un sitio de calma por primera vez en casi una década. Se inclinó hacia el borde del abismo y cerró los ojos.
 
 
Como una, las Val’kyr se volvieron en silencio para mirarla.
 
   
  +
Su oscura capa, hecha jirones, liberada del peso del armamento que acababa de desechar, ondeaba alrededor de su cuello mecida por el desagradable viento. No podía sentir frío, tan solo un sordo dolor. Pronto no sentiría nada. Percibía ya cómo su espíritu buscaba un lugar en el que descansar por primera vez en casi una década. Su silueta se acercó al borde del acantilado. Cerró los ojos.
  +
Todas a una, las Val'kyr se giraron hacia ella en silencio.
   
 
GILNEAS
 
GILNEAS
   
—Adelan… —Gritó el mariscal, orden que se vio interrumpida cuando una bala de mosquete despedazó su mandíbula inferior. La muralla frente a él se encontraba hendida, pero aún ofrecía cobertura para los francotiradores apostados en posiciones elevadas; ocultos por la lluvia. El clima se desbordaba desde el cielo en capas blancas, empapando a defensores y atacantes por igual. El mariscal cayó al suelo, rodando como saco de papas por una pila de escombros hasta detenerse en un denso charco de lodo. Al igual que los demoledores y los vagones de carne que constituían su artillería, sus tropas no avanzaban. Cualquier hombre normal habría perecido pero, como el mariscal ya estaba muerto, poco tardó en levantarse del lodo, chorreando sangre coagulada e icor de lo que le quedaba de rostro.
+
—Adelan... —gritó el mariscal, pero su orden se vio interrumpida por una bala de mosquete que le destrozó la mandíbula inferior. La muralla que se levantaba ante él estaba fracturada, pero aún cobijaba a los francotiradores que se ocultaban arriba, en la lluvia. El aguacero caía desde el cielo en forma de blancos mantos, que empapaban de igual modo a atacantes y defensores. El mariscal se desplomó, derribó una pila de escombros como si de un saco de leña se tratara, y fue a caer sobre el denso lodo. Sus tropas, al igual que los demoledores atascados y los carros de despojos de su artillería, no estaban haciendo ningún progreso. Sin duda a cualquier hombre corriente le habría costado la vida, pero el mariscal ya estaba muerto, por lo que se levantó rápidamente del lodo, mientras escupía sangre coagulada e icor de los restos de su cara.
   
Al norte, en un extenso campo lleno de surcos, y al otro lado de una cortina de lluvia, Garrosh Hellscream intentaba comprender qué ocurría en el frente. Podía ver la silueta gris de la gran muralla de Gilneas, con enormes boquetes diagonales donde el cataclismo la había desgajado. Si sus [[Kor'kron]] estuvieran a la vanguardia, habrían entrado como si nada. Gruñó al ver como regresaba un grupo de exploradores Renegados. Caminaban pesadamente sobre el lodo, andrajosos y maltrechos. Aún en la victoria los Renegados tenían apariencia de cadáveres, en la derrota, se veían mucho peor.
+
Al norte, a través de una larga extensión de campo cubierta de surcos, y al otro lado de una espesa cortina de lluvia, Garrosh Grito Infernal trataba de comprender lo que estaba ocurriendo en el frente. Podía ver el contorno gris de la gran muralla gilneana, llena de enormes grietas diagonales abiertas por el Cataclismo. Si sus Kor'kron hubieran estado en el frente, las habrían atravesado a pie. Gruñó al observar que un grupo de exploradores Renegados retrocedieron pesadamente por entre el lodo, andrajosos y magullados. Incluso en la victoria, los Renegados parecían cadáveres; en la derrota, su aspecto era aún peor.
   
—Tus exploradores no sirven para nada, los envié a hostigar las defensas de la muralla y regresan arrastrándose como perritos golpeados. —Bramó Garrosh sin siquiera dirigir la mirada a su acompañante. El enorme orco de piel café estaba ataviado en su traje de batalla más temible y sus tatuados bíceps resaltaban bajo sus hombreras adornadas con colmillos. Aunque se encontraba de pie justo frente a su tienda, se negó a resguardarse de la lluvia. El agua escurría sobre su ceño fruncido y su mandíbula ennegrecida.
+
—Tus exploradores no sirven para nada. Los he mandado a hostigar a las defensas de la muralla, y vuelven a rastras como perros apaleados —Garrosh resopló, sin mirar siquiera a su acompañante. El gran orco de piel oscura estaba engalanado con su más amenazadora vestimenta de batalla; sus venosos y tatuados bíceps rebosaban por debajo de los guardahombros recubiertos de colmillos. A pesar de que se encontraba justo delante de su tienda, se negaba a guarecerse de la lluvia, que resbalaba sobre su rostro ceñudo y su ennegrecida mandíbula.
   
El Maestro Apotecario Lydon, resguardado bajo el dosel de la tienda, se veía verdaderamente frágil junto al enorme orco. Su rostro picado, cubierto por una madeja de cabello morado grisáceo, se estremeció mientras intentaba formular una respuesta que no le hiciera acreedor a otra ronda de abuso verbal de parte del señor de guerra. —Puedo asegurarle que dan tanto como reciben, —dijo con tono mesurado, su voz áspera y plana. —Las defensas de Gilneas están, de cierto, en caos.
+
Junto al gran orco, y a resguardo bajo el toldo de la tienda, el maestro boticario Lydon parecía tremendamente frágil. Su rostro picado de viruela se estremecía bajo un revoltijo apelmazado de pelo morado grisáceo, mientras intentaba formular una respuesta que le evitara otra ronda de abuso verbal cortesía del Jefe de Guerra.
   
  +
—Te aseguro que están haciendo todo lo que pueden —dijo con tono neutro y con voz ronca y tenue—. Casi seguro que las defensas gilneanas están sumidas en la confusión.
¿Entonces a qué se debe que tus exploradores regresan cojeando en lugar de avanzar? —Garrosh pateó un barril. Detrás de él, sus propias tropas aguantaban la lluvia. Cuatro compañías de orcos y tauren, guerreros de élite seleccionados personalmente, respaldados por cinco batallones de los combatientes más duros de Orgrimmar. Sus filas se extendían por los campos del [[Bosque de Argénteos]], un océano de rostros verdes y cafés frente a un fondo de banderas de color rojo brillante. ¿Dónde están los regimientos prometidos de Lordaeron? Su misión es inundar la brecha, perdemos tiempo.
+
—Entonces, ¿por qué vuelven cojeando tus exploradores en lugar de presionar hacia adelante? —Garrosh le dio una patada a un barril. Tras él, sus tropas resistían bajo el aguacero: cuatro compañías de orcos y tauren de élite seleccionados uno a uno, reforzados por cinco batallones de los guerreros más duros de Orgrimmar. Se extendían sobre el Bosque de Argénteos, en un mar de rostros verdes y pardos contra el fondo rojo brillante de sus estandartes—. ¿Y dónde están los regimientos que Lordaeron prometió? Deberían penetrar en tropel por la brecha. Estamos perdiendo tiempo.
   
Lydon sabía que era inútil hablar de tácticas con el necio señor de guerra, pero su desesperación aumentaba conforme se acercaba el momento de atacar. Se lamió sus grises labios con una lengua de color morado oscuro e intentó responder de manera casual, tratando de apelar a la razón.
+
Lydon sabía que no merecía la pena discutir tácticas con el tozudo Jefe de Guerra, pero a medida que se acercaba la hora del ataque, la desesperación se apoderó de él. Se humedeció los labios grises con una lengua de un tono morado oscuro e intentó responder de forma despreocupada con la esperanza de hacerlo entrar en razón.
   
—Sin duda un retraso a causa de la lluvia, pero llegarán pronto. Son, absolutamente… los mejores de Lordaeron. El corazón de nuestra infantería y la espina dorsal de nuestros esfuerzos…
+
—Se están retrasando por la lluvia, seguramente, pero deberían estar al caer. Son… sin duda… los mejores de Lordaeron. Lo mejor de nuestra infantería y la columna vertebral de todos nuestros recursos...
   
Garrosh se pasó los nudillos por el costado del rostro en tanto que miraba el terreno, asignando mentalmente posiciones a la infantería y caballería que venía en camino mientras Lydon hablaba.
+
Garrosh se tocó la cara con los nudillos. Dirigió la mirada hacia el terreno y, mentalmente, situó allí a la infantería y a la caballería que esperaban mientras Lydon hablaba.
   
—Pero no puede simplemente enviarles a la brecha central de la muralla —prosiguió Lydon—, es un… cuello de botella bien fortificado y vigilado. Las tropas a caballo con armadura pesada no podrán maniobrar y serán abatidas por el fuego de los mosquetes que surge desde los escombros. De seguro puede ver…
+
—Pero no puedes mandarlos directos a la grieta central de la muralla —continuó diciendo Lydon—. Es un... cuello de botella. Bien fortificado y muy vigilado. Las tropas, con sus pesadas armaduras y a lomos de caballo, no podrían maniobrar a través de la brecha: los abatirían a golpe de mosquete desde los escombros. Seguro que entiendes...
  +
—¡Por supuesto que lo entiendo! —respondió Garrosh—. La puerta está a medio abrir; ahora tenemos que echarla abajo. Eso es para lo que valéis los de tu especie —El Jefe de Guerra posó la mirada sobre el maestro boticario, fijó su fría mirada en la pálida luz amarillenta que desprendían las cuencas oculares de este—. Ya sois cadáveres, es casi imposible mataros. Inundáis el cuello de botella y abrís paso para que el resto de la Horda pueda entrar mientras aún están frescos y rabiosos. Avanzaremos sobre un puente de cadáveres destrozados si es necesario. Así es como se asaltan las fortificaciones y como se ganan guerras.
   
  +
El maestro boticario levantó dos dedos huesudos.
—¡Claro que veo! —Respondió Garrosh. —La puerta se encuentra entreabierta y ahora es necesario derribarla. Tu raza es útil para tal propósito. —El señor de guerra miró directamente a Lydon, sus ojos fríos se clavaron en la pálida luz amarilla que llenaba las cuencas oculares del maestro apotecario. —Son cadáveres, casi imposibles de matar. Si inundan el cuello de botella, abrirán el camino para que pase el resto de la Horda; fresca y preparada. Avanzaremos sobre un puente de cuerpos destrozados de ser necesario. Este es el modo de lidiar con las fortificaciones y ganar las guerras.
 
   
El maestro apotecario levantó dos dedos huesudos. —Si pudiéramos usar un… sólo un toque de la plaga. Únicamente para crear una abertura, no lo suficiente como para causar ningún… ¡una pizca! Más para diseminar miedo y pánico que cualquier tipo de…
+
—Pero si pudiéramos usar tan solo un… un toque de la peste. Solo para abrir un agujero. Ni siquiera tanto como para provocar... ¡tan solo una pizca! Más para sembrar el miedo y el pánico que para causar verdadero...
   
El golpe de revés de Garrosh salpicó la tienda con un fulgurante arco de agua de lluvia al momento de impactarse lateralmente con el rostro de Lydon. El maestro apotecario se tambaleó como si le hubiese golpeado un caballo, pero logró mantenerse erguido por pura voluntad.
+
El revés de la mano de Garrosh cruzó el aire, salpicando la tienda con un brillante arco de agua de lluvia, y fue a chocar con fuerza sobre la mejilla de Lydon. El maestro boticario se tambaleó como si hubiera recibido la coz de un caballo, pero valiéndose tan solo de su voluntad consiguió mantenerse erguido después del golpe.
   
—Si estás sugiriendo utilizar aunque sea un gramo de esa inmundicia que tienes oculta, te haré arder junto con tu ciudad-cloaca. —Gruñó Garrosh antes de volverse para mirar lo que ocurría.
+
—Ni se te ocurra sugerir siquiera utilizar un gramo de esa basura que escondes, o te reduciré a ti y a tu cloaca de ciudad a cenizas —gruñó Garrosh. Y se volvió hacia la acción.
   
  +
Humillado, el maestro boticario Lydon murmuró con la mandíbula apretada de forma casi inaudible:
Humillado, el Maestro Apotecario Lydon murmuró un apenas audible, —sí, señor de guerra. Sin embargo, su ira se enroscaba en su interior. ¿Dónde está la Dama Oscura Sylvanas? Se preguntó, mirando hacia el cielo gris con sus cuencas vacías. ¿Por qué no está aquí para contrarrestar a esta bestia?
 
   
  +
—Sí, Jefe de Guerra.
  +
 
Pero secretamente, la ira se arremolinaba en su interior. "¿Dónde está la Dama Oscura Sylvanas?" se preguntó, elevando sus vacías cuencas oculares hacia el cielo gris. "¿Por qué no está aquí para oponerse a esta bestia?".
   
 
CORONA DE HIELO
 
CORONA DE HIELO
   
Sylvanas se tambaleó al borde de la punta de Corona de Hielo, sus ojos cerrados. Poco después levantó los brazos. Aunque el viento calaba hasta los huesos, ella sólo sentía un dolor muy débil.
+
Sylvanas se tambaleaba al borde del pico de la Corona de Hielo con los ojos cerrados. Levantó los brazos. A pesar de que el viento cortaba de frío, ella solo sentía un dolor sordo.
   
Sintió una presencia en las cercanías y abrió los ojos. Las Val’kyr estaban más cerca, tanto que podía ver el brillo de las armas que pendían junto a sus muslos fantasmales. ¿Qué querían?
+
Notó una presencia cercana y abrió los ojos. Las Val'kyr se habían acercado a ella, lo bastante como para que pudiera ver las armas refulgentes que descansaban contra sus espectrales muslos. ¿Qué querían?
   
Sin advertencia alguna, una visión llenó su mente; un recuerdo. Se encontró dentro de una recámara cálida y bañada por el sol. Rayos de luz dorada se colaban por la ventana, iluminando motas de polvo que flotaban sin dirección alguna mientras trazaban patrones ornamentados en el suelo. Ésta era su habitación hace una vida. Aún no había visto su vigésimo otoño, sin embargo, la joven Sylvanas ya era la cazadora más prometedora de su familia. Se puso las botas de cuero que le llegaban hasta el muslo, midiendo con cuidado los lazos y atándolos de manera decorativa. Ajustó el bordado con patrón de hojas y luego saltó de la cama para admirarse en el espejo. Su cabello rubio, largo hasta la cintura, fluía como el agua, casi transparente a la luz del sol. Sonrió radiante ante el espejo, acomodándose el cabello hasta que cayó alrededor de sus largas y delgadas orejas del modo perfecto. No era suficiente ser la mejor cazadora de la familia. Tenía que dejar a todos sin aliento cuando salía. Era increíblemente vanidosa.
+
Sin previo aviso, una visión llenó su cabeza. Un recuerdo. Se vio a misma en un cálido dormitorio inundado por el sol. A través de la ventana se colaban los dorados rayos que iluminaban las motas de polvo en suspensión y reflejaban vistosas siluetas sobre el suelo. Era su dormitorio. Hace toda una vida. Aún no había llegado a su vigésimo otoño, pero aun así, la joven Sylvanas era ya la cazadora más prometedora de su familia. Se calzó sus botas de cuero hasta el muslo, midiendo con cuidado los cordones y atándolos de forma decorativa. Reajustó el bordado en forma de hoja, y después se bajó de la cama para admirar su reflejo en el espejo. Su rubio pelo hasta la cintura fluía como el agua, traslúcido por completo a la luz del sol. Sonrió al espejo y se atusó el cabello hasta conseguir una curva perfecta alrededor de sus largas y esbeltas orejas. No bastaba con ser la mejor cazadora de la familia. Tenía que dejarlos a todos boquiabiertos a su paso. Su vanidad era tremenda.
   
Era un recuerdo extraño y olvidado, e hizo que Sylvanas se alejara del borde del pico. ¿Qué lo provocó? Esa vida llevaba mil veces de perdida.
+
Era un recuerdo extraño y olvidado que sacó a Sylvanas del acantilado. ¿Qué había provocado ese recuerdo? Esa vida se había perdido por completo hacía demasiado tiempo.
   
Otro recuerdo inundó sus sentidos. Ahora se encontraba agachada detrás de una saliente de piedra lisa en el Bosque Canción Eterna. El follaje otoñal crujía encima de ella, ocultando el sonido de los pasos de su acompañante mientras corría y se ponía a cubierto junto a ella. —¡Son demasiados! —Exclamó, su voz apagándose cuando ella alzó un dedo. —Sólo tenemos una docena de montaraces allá arriba, —dijo en un susurro. —¡No sobrevivirán a eso! —Sylvanas no quitó la vista de la masa oscura de cadáveres que avanzaba inexorablemente hacia el vado del río. Era la cúspide de la Tercera Guerra, a unas cuantas horas de que Lunargenta cayera a manos del ejército de Arthas.
+
Otro recuerdo inundó sus sentidos. Ahora estaba agazapada detrás de un afloramiento de lisa piedra en el Bosque Canción Eterna. El follaje otoñal crujía sobre ella, enmascarando el sonido de los pasos de su compañero, que se apresuraba para esconderse a su lado.
   
  +
—¡Hay muchos! —gruñó, y dejó de hablar al ver que ella levantaba un dedo—. Aquí solo tenemos un par de docenas de forestales —dijo en tono susurrante—. ¡No podrán sobrevivir a esto! —Sylvanas no apartó su mirada de la oscura masa de cadáveres que se acercaba al vado del río arrastrando los pies y pisoteándolo todo a su paso. Era la cúspide de la Tercera Guerra, y faltaban horas para la caída de Lunargenta a manos del ejército de Arthas.
—Sólo necesitan retrasarlos mientras fortificamos las defensas del Pozo del Sol, —respondió ella en tono mesurado.
 
  +
—Solo tienen que retenerlos mientras reforzamos la defensa de La Fuente del Sol —respondió, midiendo el tono de sus palabras.
 
—¡Van a morir!
 
—¡Van a morir!
—Son flechas en el carcaj —dijo Sylvanas—, es necesario gastarlas si hemos de obtener la victoria.
+
—Son flechas del carcaj —dijo Sylvanas—. Tendrán que entregar su vida si pretendemos ganar.
 
Era categórica. ¿Insensible? No, una luchadora. Tenía el corazón de una guerrera.
  +
Entonces, de forma tan repentina como la anterior, le asaltó un tercer recuerdo.
 
—¡Legítimos herederos de Lordaeron! —clamó Sylvanas, sosteniendo su arco en alto. Su antebrazo, aún esbelto y musculoso, era de un color azul grisáceo. Estaba muerto. Esta escena era muy diferente. Su visión tenía el frío brillo de un recuerdo vivido después de la muerte. Ante ella esperaba una masa grotesca y agitada de cadáveres que presentaban armaduras descuidadas, cuerpos destrozados y un inimaginable hedor. De pronto sus lastimosas y desesperadas miradas le recordaron a las de los niños. Le repugnaban. Pero la movía la necesidad—. El Rey Exánime flaquea. Vuestra voluntad os pertenece. ¿Acaso habréis de ser marginados en vuestra propia tierra? ¿O tomaremos las crueles cartas que nos ha dado el destino para recuperar nuestro lugar en este mundo?
   
  +
Sus preguntas fueron recibidas con balbuceos primero, pero con una ronca y casi desesperada ovación después. Los puños huesudos se alzaban hacia el cielo. Esta pobre gente: campesinos, granjeros, sacerdotes, guerreros, señores y nobles… aún no habían asumido lo que les había pasado. Pero era electrizante que alguien, cualquiera, les asegurara que tenían un lugar en alguna parte.
Era imprudente. ¿Vacía? No, una luchadora. Tenía el corazón de una guerrera.
 
  +
—Nos han abandonado. Estamos… desamparados. Pero mañana, cuando amanezca, la capital será nuestra —dictaminó y entonces todos rugieron.
   
 
—¿Y qué pasa con los humanos? —preguntó un joven alquimista cuando el estruendo se desvaneció. Sylvanas lo reconoció de la batalla de la noche anterior. En las cuencas de sus ojos brillaba una fría inteligencia, Lydon era su nombre. Él había comprendido ya su situación, y se refería a los humanos como si fueran una raza diferente. Sylvanas decidió hacer buen uso de él.
Ahora, tan súbito como el último, un tercer recuerdo. —¡Herederos legítimos de Lordaeron! —Gritó Sylvanas, sosteniendo su arco en alto. Su antebrazo, aún delgado y musculoso, tenía un matiz gris azulado; muerto. La escena era muy distinta esta vez. La visión presentaba el frío lustre de un recuerdo vivido después de la muerte. Frente a ella había una grotesca y temblorosa muchedumbre de cadáveres. Sus armaduras incompletas, sus cuerpos maltrechos y el hedor inimaginable. Sus miradas lastimeras y desesperadas le recordaban a niños; le disgustaban. Pero la necesidad de estos seres le concedía poder a Sylvanas. —El Rey Exánime se tambalea y ustedes han recobrado su voluntad. ¿Se volverán extranjeros en su propia tierra? ¿O hemos de aceptar la cruel mano que nos ha dado el destino para retomar nuestro lugar en el mundo?
 
 
—Los humanos servirán a su propósito —respondió ella, y su mente ya estaba inmersa en cálculos—. Creen que ellos están liberando la ciudad. Dejad que luchen por nosotros y sacrifiquen sus vidas en nuestro beneficio. Ellos son —recuperó una analogía que ya había usado antes— las flechas de nuestro carcaj.
   
  +
La tumultuosa masa de no-muertos aplaudía, tosía y expectoraba de alegría mientras asentía. Sylvanas observó a la muchedumbre con frialdad. "Y vosotros también lo sois", pensó para sí. Flechas que apuntaré al corazón de Arthas.
La respuesta a sus preguntas vino en forma de gorgoteos y una ovación rasposa, casi desesperada. Puños huesudos se alzaron hacia el cielo. Esta pobre gente, campesinos, granjeros, sacerdotes, guerreros, señores y nobles… aún no comprendían qué les había ocurrido. Sin embargo, que alguien, cualquiera, les asegurara que pertenecían a algún lugar era electrizante. —Somos los abandonados, somos… renegados. Pero cuando el sol se levante mañana, la capital será nuestra, —pronunció Sylvanas; ellos rugieron.
 
   
 
¿Mantenía su corazón de guerrera? ¿Se había vuelto fría? No, era la misma. Igual en la muerte que en vida.
—¿Pero qué hay de los humanos? —Preguntó un joven alquimista cuando el barullo dio paso al silencio. —Sylvanas lo reconoció, estuvo en la lucha la noche anterior. Una calculadora inteligencia brillaba en las cuencas de sus ojos. Su nombre era Lydon. Ya había aceptado su situación, refiriéndose a los humanos como si fuesen una raza separada. Ella hizo la nota mental de aprovecharlo.
 
—Los humanos servirán su propósito, —respondió ella, su mente realizando cálculos. —Creen que están liberando la ciudad, así que dejaremos que luchen por nosotros y se desgasten para nuestro beneficio. Son —tropezó con una analogía que había usado con anterioridad—, flechas en nuestro carcaj.
 
   
 
Sylvanas sacudió la cabeza para disipar la visión. Estos eras sus recuerdos, pero no era ella quien los estaba recordando. Los estaban extrayendo de su interior. Los sacaban las Val'kyr. Los espíritus mudos permanecían suspendidos a su alrededor, observándola en silencio. "Me están explorando", comprendió Sylvanas. "¡Me juzgan!".
A modo de aprobación, la temblorosa muchedumbre de no muertos aplaudió y tosió con regocijo. Sylvanas los miró fríamente. Ustedes también, pensó. Flechas que apuntaré hacia el corazón de Arthas.
 
   
  +
Llenó los pulmones de aire frío y sus ojos se llenaron de vida de repente.
¿El corazón de una guerrera? Se había tornado fría. No, era la misma, tanto en vida como en muerte.
 
   
  +
—¡No permitiré que me juzguen! —gritó, volviéndose desde el acantilado para enfrentarse a sus acusadoras—. Ni vosotras, ni nadie —La furia hervía en su interior. ¿Funcionaría su Lamento de alma en pena contra estas... cosas?
Sylvanas sacudió la cabeza y aclaró su mirada. Eran recuerdos, pero ella no los recordaba por cuenta propia. Estaban siendo arrancados, extirpados por las Val’kyr. Los espíritus mudos flotaban a su alrededor y la observaban en silencio. ¡Me están estudiando! Notó Sylvanas. ¡Juzgándome!
 
   
  +
Pero no le hizo falta luchar. Ya había acabado.
Ella llenó sus pulmones de aire frío, sus ojos vivos de súbito. —¡No seré juzgada! —Gritó. —Ni por ustedes, ni por nadie. —La furia en su interior iba en aumento. ¿Funcionaría su aullido banshee contra estas… cosas?
 
   
  +
—Alejaos —ordenó—. ¡Y salid de mi cabeza!
Pero no necesitaba luchar más, había terminado. —Atrás —ordenó—, ¡fuera de mi mente!
 
 
Sylvanas dio un paso hacia atrás. El viento golpeaba su cabello y agitaba su capa rasgada. Los recuerdos de quién había sido y en qué se había convertido hicieron un nudo en su estómago, cosa que ahora buscaba desenmarañar. Ya no sería la vengativa líder de una raza híbrida de cadáveres putrefactos. Su labor se encontraba completa y la recompensa que le había sido negada durante tanto tiempo aguardaba. Deseosa de recuperar esa felicidad olvidada, se dejó caer de espaldas desde la punta de la Ciudadela Corona de Hielo. El viento silbaba a gran velocidad, un lamento creciente. El pináculo y las silenciosas Val’kyr en la cumbre desaparecieron…
 
 
Su cuerpo se hizo pedazos al chocar contra las rocas de saronita.
 
   
 
Sylvanas dio un paso atrás, el viento azotaba su cabello y hacía batir su capa raída. Los recuerdos de lo que fue tiempo atrás y en qué se había convertido le provocaron un nudo en el estómago, y ahora se disponía a desatarlo. Ya no volvería a ser la vengativa líder de una raza mestiza de cadáveres descompuestos. Su trabajo estaba hecho y la recompensa que durante tanto tiempo le habían negado la esperaba. En su anhelo por sentir esa felicidad absoluta olvidada, se dejó caer de espaldas desde lo alto de la Ciudadela de la Corona de Hielo. El viento corría veloz a su lado, se oyó un lamento cada vez más alto. La cumbre, y las silenciosas Val'kyr de la cima, desaparecieron…
  +
Su cuerpo golpeó con fuerza contra las piedras de saronita destrozándose de forma irrevocable.
   
 
GILNEAS
 
GILNEAS
   
Como si fuera un sueño, el corazón del ejército no muerto de Lordaeron avanzó con determinación. Las órdenes verbales extrañamente carecían de sonido. La caballería pesada entraba por la brecha y las pezuñas esqueléticas de sus corceles hallaban puntos de apoyo en los restos de la muralla caída. Los Renegados luchaban por abrirse paso, el espacio en ocasiones tan estrecho como columna de cuatro en fondo.
+
Como en un sueño, el corazón del ejército de no-muertos de Lordaeron avanzaba con gran estruendo. Los gritos de mando enmudecían de manera extraña. La caballería pesada entraba en tropel por la brecha, de algún modo, los cascos esqueléticos de las monturas encontraban dónde pisar entre los despedazados restos del muro. Los Renegados forcejeaban por abrirse paso por un hueco que en algunos tramos no superaba la anchura de cuatro individuos.
   
Entonces, la artillería de los defensores abrió fuego con un crack apagado y reverberante. Hombres y caballos fueron convertidos en masas sanguiolentas donde se impactaron los proyectiles. Los disparos de mosquete hicieron erupción, como golpeteo de tambores distantes, y fila tras fila cayó. Sin embargo, estos veteranos habían sobrevivido a los horrores de Corona de Hielo. Seguían entrando, implacables, para luchar contra los defensores que se resguardaban en el interior. Llegó la segunda ola, lanzando garfios a la punta de la torre mientras eran bañados con aceite hirviendo. En un instante, el frente quedó en llamas. Los disparos acribillaban a los Renegados, sin embargo, éstos continuaban el asalto.
+
Entonces la artillería de los defensores abrió fuego con un apagado y reverberante crujido. Allí donde caían los proyectiles, hombres y caballos saltaban por los aires convirtiéndose en polvo y vísceras. El fuego manaba de los mosquetes con el resonar de tambores lejanos: las filas iban cayendo una a una. Pero estos veteranos habían sobrevivido a los horrores de la Corona de Hielo. Consiguieron abrirse paso, sin descanso, para atacar a los defensores que esperaban al otro lado. Llegó la segunda oleada lanzando rezones a lo alto del muro, desde donde brotaba el aceite. De repente, el frente estalló en llamas. La pólvora los seguía alcanzando, pero los Renegados continuaban su arremetida.
   
Algunos llegaron a la punta de la pared sólo para ser abatidos, los defensores no eran humanos. Esos rabiosos animales lupinos que merodeaban por el Bosque de Argénteos habían sido organizados en una fuerza de combate. Donde armas de fuego y espadas fallaban, dientes y garras hendían al ejército de no muertos.
+
Algunos llegaban a lo alto de la muralla, tan solo para acabar despedazados. Los defensores no eran humanos. Esas rabiosas criaturas lupinas que solían merodear por los alrededores del Bosque de Argénteos habían conseguido organizarse en una fuerza de combate. Allí donde las armas y las espadas fracasaban, dientes y garras destrozaban al ejército no-muerto.
   
Los Renegados atacaron de nuevo, sus armas manchadas de sangre y empapadas por la lluvia. Sus siluetas tenían apariencia gris entre la niebla y sus gritos eran ecos silenciosos mientras los partían por la mitad. Incluso los defensores se tambaleaban ahora. Habían matado a tantos, ¿era posible que aún quedase algo?
+
Los Renegados se alzaron de nuevo, las armas estaban salpicadas de sangre y cubiertas de agua de lluvia. Las siluetas de los combatientes aparecían grises en la bruma, sus gritos, de algún modo, eran ecos mudos de su destrucción. Ahora incluso los defensores flaqueaban. Después de haber matado a tantos, ¿podía quedar algo todavía?
   
La primera ola de orcos tomó por sorpresa a los Gilneos. Las fuerzas de la Horda avanzaron sobre una alfombra de cadáveres, con claros deseos de victoria en sus ojos y gargantas. Todo se encontraba en silencio poco antes de desvanecerse.
+
La primera oleada de orcos cogió a los gilneanos por sorpresa. Las fuerzas de la Horda se abalanzaron hacia delante sobre una alfombra de cadáveres, la sed de victoria ardía en sus ojos y en sus gargantas. De pronto, todo era silencio. Y después no había nada.
   
La visión fue reemplazada por el [[Baluarte]], el conjunto de fortificaciones a medio construir que dividía la frontera de Lordaeron con la zona conocida como las Tierras de la Peste. El Maestro Apotecario Lydon estaba ahí, le faltaba el brazo izquierdo y una enorme herida le surcaba el rostro. Hablaba con urgencia, mas no había sonido alguno. Intentaba organizar un esfuerzo defensivo de último minuto, pero no tenía mucho material con qué trabajar. El corazón del ejército de los Renegados fue sacrificado en Gilneas.
+
En su lugar se alzaba El Baluarte, la fortificación a medio terminar que marcaba la frontera entre Lordaeron y lo que se había llegado a conocer como las Tierras de la Peste. El maestro boticario Lydon estaba allí, había perdido el brazo izquierdo y un enorme corte le cruzaba la cara. Se dirigió con urgencia a su pueblo, pero el silencio reinaba en el ambiente. Estaba planeando una defensa de última hora en El Baluarte, aunque tenía poco con lo que contar. El corazón del ejército Renegado había sido sacrificado en Gilneas.
   
Los pocos sobrevivientes se enfrentaron a una fuerza organizada de humanos y enanos que marchaba hacia el oeste, fresca después de su victoria en Andorhal. Los remanentes maltrechos que quedaban en el Baluarte tenían pocas probabilidades de prevalecer y al resto de la Horda no se le veía por ningún lado.
+
Los pocos que quedaban se enfrentarían a un ejército organizado de humanos y enanos que se dirigía hacia el oeste, y que acababa de obtener una victoria en Andorhal. El ejército vapuleado que quedaba en El Baluarte tenía pocas esperanzas de salir victorioso. El resto de la Horda se encontraba en paradero desconocido.
   
Esto no es real. Sylvanas se dio cuenta y comprendió de súbito que su propia consciencia observaba el desarrollo de estos eventos. Estaba muerta, podía sentirlo, pero su espíritu se encontraba atrapado en el limbo. ¿Qué es esto?
+
"Esto no es real", comprendió Sylvanas al percibir de pronto su propia consciencia, que observaba estos sucesos espectrales mientras se desarrollaban. Estaba muerta: podía sentirlo, pero su espíritu estaba retenido en el limbo. "¿Qué es esto?".
   
Lo último que recordaba era la caída hacia su muerte. Estas visiones eran como reminiscencias de eventos que aún no habían ocurrido. ¿De dónde venían? ¿Dónde estaba ahora?
+
Lo último que recordaba era la caída que la había llevado a la muerte. Estas visiones eran como recuerdos de sucesos que no habían ocurrido aún. ¿De dónde venían? ¿Dónde se encontraba ahora?
 
De repente, la capital estaba asediada. El rey Wrynn se encontraba más allá de los restos ardientes de la torre del zepelín, dibujando diagramas de Entrañas para sus generales. Ya había atacado la ciudad antes, confiaba en la victoria.
   
 
Dentro de las murallas de la ciudad, las hogueras ardían furiosas. La ira de Sylvanas crecía; la Alianza ya estaba quemando los cadáveres. No. Espera. Intentó comprender la borrosa visión. "Los pocos Renegados que quedan están lanzándose a las hogueras", comprendió, lo prefieren a enfrentarse a sus ejecutores.
De súbito, la capital se encontraba bajo asedio. El rey [[Varian Wrynn|Wrynn]] estaba de pie cerca de los restos ardientes de la torre de zepelíns, trazando diagramas de la ciudad de Entrañas para sus generales. La había tomado por asalto antes y confiaba en que obtendría la victoria.
 
   
 
—¡Esto no es real! —dijo Sylvanas. Su voz retumbaba en su cabeza y sonaba como cuando estaba viva. ¿Realmente era tan débil su pueblo?—. No, ¡no! —Garrosh había masacrado a sus mejores tropas en sus inútiles campañas personales. Se había perdido el liderazgo de los Renegados. Eso era lo que mostraban estas visiones.
Dentro de las murallas de la ciudad ardían hogueras y a Sylvanas le hirvió la sangre. La Alianza ya estaba quemando los cadáveres. No, momento; intentó comprender la nublada visión. Los pocos Renegados que quedaban —notó—, se estaban lanzando a las hogueras en lugar de enfrentar a sus verdugos.
 
   
  +
La bruma se apelmazó por completo y el futuro se volvió borroso. Sylvanas ya no sentía su propio cuerpo. Estaba flotando en algún tipo de limbo. Se dio cuenta de que se podía ver a sí misma y levantó las manos en silencioso asombro. Su piel volvía a ser rosada, firme y luminosa como lo era en vida. Pero no estaba sola.
—¡Esto no es real! —Declaró Sylvanas, su voz hizo eco dentro de su mente y sonó como cuando aún se encontraba con vida. ¿Era tan débil su pueblo? No, ¡no! Garrosh asesinó a sus mejores tropas en sus despilfarradoras campañas. El liderazgo de los Renegados había sido destripado y eso era lo que mostraban estas visiones.
 
   
 
Ahogó un grito al ver que estaba rodeada. Nueve guerreras formaban un círculo en torno a ella, y su belleza eclipsaba la suya propia. Las Val'kyr mostraban la apariencia que tenían en vida. Algunas tenían el cabello oscuro como el azabache que caía enmarcando su tez morena y ojos azules como zafiros. Otras tenían rubias melenas del pálido y brillante color del sol reflejado sobre la nieve. Sus rostros eran suaves, pero sus facciones marcadas. Sus brazos eran tersos y musculosos; sus muslos, gruesos y fuertes. Cada una de ellas sostenía un arma diferente: una lanza, una alabarda, un gran mandoble que se alzaba hasta la altura de la barbilla, dentro de una resplandeciente envoltura de acero pulido. Cada una de ellas era la mejor guerrera de su generación.
La niebla lo envolvió todo y el futuro se tornó indistinto. Sylvanas ya no podía sentir su cuerpo, pues flotaba en alguna especie de limbo. Se dio cuenta de que podía verse a sí misma y, rodeada de un silencio sobrecogedor, levantó sus manos. Su piel era rosada de nuevo, con matiz dorado, como había sido en vida; pero no se encontraba sola en este sitio.
 
   
 
"Todas ellas son como yo", observó Sylvanas. "Vanidosas, victoriosas, y orgullosas".
Dejó escapar un grito ahogado cuando se dio cuenta de que estaba rodeada. Nueve mujeres guerreras flotaban en un círculo a su alrededor y la belleza de éstas sobrepasaba incluso la suya. La apariencia de las Val’kyr era la misma que tenían en vida. Algunas tenían ojos azules como gemas y cabello negro que caía alrededor de rostros bronceados. Otras contaban con melenas rubias que resplandecían igual que el sol en la nieve. Sus rostros eran suaves, con mandíbulas firmes. Sus brazos tersos y musculosos; muslos anchos y fuertes. Cada una blandía un arma distinta, una lanza, una albarda, una enorme espada a dos manos que se extendía hasta el suelo como una línea fulgurante de acero pulido; tan alta como las doncellas. Cada una era la mejor guerrera de su generación.
 
   
 
—Sí, lo fuimos —dijo la rubia Val'kyr que iba armada con el mandoble, respondiendo a Sylvanas como si hubiera hablado en voz alta. Su voz era rica y plena—. Soy Annhylde la Invocadora. Estas son mis hermanas doncellas de batalla, y somos las únicas nueve que quedamos. En vida servimos a los guerreros del norte, y decidimos seguir con nuestro servicio en la muerte.
Todas eran como yo, notó Sylvanas. Vanidosas, victoriosas y orgullosas.
 
 
—Sí que lo éramos, —dijo la Val’kyr rubia que sostenía la espada a dos manos, respondiéndole a Sylvanas como si ésta hubiese hablado. Su voz era sonora y llena. —Soy Annhylde la Invocadora y ellas son doncellas de batalla, mis hermanas. Somos las últimas nueve que quedamos. Servimos a los guerreros del norte en vida y decidimos continuar con nuestro servicio en muerte.
 
 
—Para servir al Rey Exánime.
 
—Para servir al Rey Exánime.
   
La visión de Annhylde mostró irritación. —¿Y tú escogiste servir al Rey Exánime? —Preguntó ella.
+
La visión de Annhylde se mostró irritada.
 
¿Qué es esto? ¿Qué son estas visiones? —Gruñó Sylvanas.
 
 
—Visiones del futuro, —explicó Annhylde. —Cuando una vida se extingue, deja algo a su paso; esto es la tuya.
 
—No se necesita una bola de cristal para ver que Hellscream está desperdiciando los recursos de la Horda, desgajándola con sus deseos de conquista. —Sylvanas sintió como resurgía su antigua furia, pero su cuerpo no respondía; no sentía nada. ¿A dónde me han traído? Debería estar muerta.
 
—Lo estás, —dijo otra Val’kyr, su cabello era de color carbón.
 
—He probado el olvido antes, —protestó Sylvanas. —Me mantienen en el limbo, ¿por qué?
 
 
Annhylde permaneció paciente, su voz tranquilizadora y mesurada. —Para que puedas ver las consecuencias de tu muerte y ofrecerte la oportunidad de elegir…
 
   
  +
—¿Acaso tú decidiste servir al Rey Exánime? —preguntó.
—He tomado mi decisión, —interrumpió Sylvanas.
 
 
¿Qué es esto? ¿Qué son estas visiones? —Sylvanas exigía una respuesta.
—¡Tu gente morirá! —Espetó la Val’kyr de cabello oscuro. Quedaba claro que en vida había sido la más joven de las doncellas de batalla y ahora era la más impaciente en la no muerte.
 
 
—Visiones del futuro —explicó Annhylde—. Toda vida deja una estela al morir. Esta es la tuya.
 
—No hace falta una bola de cristal para saber que Grito Infernal sacrificará los recursos de la Horda, destruyéndolos para satisfacer su sed de conquista —Sylvanas sintió una ira antigua que brotaba de nuevo, pero no podía sentir la respuesta de su cuerpo. No podía sentir nada—. ¿Adónde me habéis traído? Debería estar muerta.
 
—Lo estás —afirmó otra Val'kyr de cabellos de color carbón.
 
—Ya he probado antes a qué sabe el olvido —protestó Sylvanas—. Me tenéis retenida en el limbo. ¿Por qué?
   
  +
Annhylde esperó paciente, y con voz calmada y comedida respondió:
Sylvanas pensó en su gente. Habían recorrido un gran trecho desde sus diezmados orígenes, la anhelante y confundida muchedumbre de cadáveres frescos apiñados en las ruinas de la devastada capital de Lordaeron. Los Renegados eran ahora una nación, una multitud fétida, espantosa y sanguinolenta de cáscaras sin vida, hábil en combate, mortífera con las artes arcanas y libre de toda limitante moral. Se habían tornado en el arma perfecta; su arma. Asestaron el golpe fatal, propósito para el cual los forjó. Le importaba poco lo que sucediera con ellos.
 
   
 
—Para mostrarte las consecuencias de tu muerte, y para ofrecerte la posibilidad de elegir…
—¡Qué se mueran! —Gritó Sylvanas. —¡Ya no me sirven de nada!
 
 
—Ya he tomado una decisión —interrumpió Sylvanas.
 
—¡Tu pueblo morirá! —dijo la Val'kyr de cabello oscuro. Sin duda había sido la más joven de las doncellas de batalla en vida y ahora era la más impaciente de las no-muertas.
 
Sylvanas pensó en su pueblo. Habían avanzado mucho desde sus diezmados orígenes, aquella anhelante y confusa multitud de cadáveres frescos se apiñaba alrededor de las ruinas de la derruida capital de Lordaeron. Ahora los Renegados eran una auténtica nación: una fétida y espantosa masa de armazones inertes cubiertos de sangre, hábiles en el combate, devastadores con las artes arcanas y libres de los grilletes de la moralidad. Pulidos hasta convertirse en la mejor arma. Su arma. Y habían asestado el golpe mortal para el que ella los había creado. No le importaba cuál fuera su destino.
  +
—¡Déjalos que mueran! —gritó Sylvanas—. ¡Ya no los necesito!
   
  +
Annhylde levantó una mano para silenciar a sus hermanas de armas más jóvenes.
Annhylde levantó una mano para que su hermana en armas más joven guardara silencio. —Calla, Ágata. No tiene idea, es necesario que vea más. —La líder Val’kyr posó sus luminosos ojos verdes en Sylvanas; su tristeza era aparente. —Sylvanas Brisaveloz, el olvido que buscas es tuyo. No te detendremos.
 
   
  +
—Calma, Agatha. Ella no lo sabe. Necesita ver más.—La líder de las Val'kyr dirigió sus luminosos ojos verdes hacia Sylvanas, y en su expresión se leía la tristeza—. Sylvanas Brisaveloz, el olvido que buscas es tuyo. No te detendremos.
Annhylde cerró los ojos y las figuras regresaron de inmediato a sus formas espectrales sin rostro.
 
   
  +
Los ojos de Annhylde se cerraron, y en ese momento las figuras se desvanecieron para recuperar sus formas espectrales.
Sylvanas sintió que algo la jalaba y sus sentidos comenzaron a dar vueltas. Todo desapareció y el tiempo se detuvo.
 
   
 
Entonces Sylvanas sintió que la estaban sacando de allí, sus sentidos estaban aturdidos. Todo desapareció y el tiempo se detuvo.
—¡Está perdida! —Lamentó Ágata.
 
   
 
—¡Está perdida! —gimió Agatha.
   
 
GILNEAS
 
GILNEAS
   
La tormenta caía implacable, convirtiendo el suelo frente a la muralla de Gilneas en un pantano. Agua de lluvia escurría por el rostro de Garrosh y se evaporaba de la parte superior de su gruesa rapada mientras inspeccionaba las filas de los Renegados, las patas de su gran lobo de guerra se hundían en el lodo.
+
La lluvia seguía, incesante, convirtiendo el suelo ante la muralla gilneana en una ciénaga. Mientras Garrosh inspeccionaba las filas de los Renegados, las patas de su gran lobo de guerra se hundían en la mugre. El agua de lluvia le resbalaba por la cara y se evaporaba de la parte alta de su cabeza, afeitada hace días.
   
—Los Gilneos se ocultan detrás de sus enormes murallas de piedra, —dijo el señor de guerra, su voz profunda retumbó por encima del sonido de la lluvia y los truenos. —Ciudadanos de Lordaeron, ustedes conocen su historia. Cuando sus aliados humanos los necesitaron, ¿qué hicieron? Se amurallaron y se escondieron.
+
—Los gilneanos se esconden asustados detrás de sus altas murallas de piedra —gritó el Jefe de Guerra, y su profunda voz retumbaba por encima del estruendo de la lluvia y los truenos—. Vosotros, ciudadanos de Lordaeron, conocéis su historia. Cuando sus aliados humanos los necesitaban, ¿qué hicieron? Construyeron un muro y se ocultaron tras él.
   
Chocaron espadas contra escudos. No todos los Renegados se aferraban a los recuerdos de sus vidas, pero, aquellos que , no sentían nada por el reino que le había dado la espalda al mundo cuando éste más los necesitó.
+
Las espadas chocaban contra los escudos. No todos los Renegados se mantenían aferrados a sus recuerdos de vida, pero los que los conservaban, no sentían ningún cariño por el reino que había dado la espalda al mundo en sus horas más desesperadas.
   
  +
Garrosh continuó, con la cabeza alta mientras sus palabras llenaban el aire.
Garrosh continuó, su cabeza en alto mientras sus palabras llenaban el aire. —Viven en la deshonra. ¿Cómo creen que pelearán? ¿Con honor? —Rió de manera gutural. —No, morirán como cobardes y se les recordará así. Sin embargo, la gloria de ustedes vivirá en cuentos y canciones. —Garrosh Hellscream se volvió para mirar la muralla desgajada de Gilneas, desenfundó Aullavísceras, el hacha legendaria, y apuntó su hoja marcada hacia los parapetos en las ruinas. —¡Las murallas caen, pero el honor es para siempre!
 
   
  +
—Viven en la deshonra. ¿Cómo creéis que lucharán? ¿Con honor? —Estalló una risa gutural—. No, sufrirán la muerte de los cobardes y serán recordados como tales. Pero vuestra gloria de hoy pervivirá en la historia y en los cánticos —Garrosh Grito Infernal volvió el rostro hacia la quebrada muralla de Gilneas, desenvainando la legendaria hacha Aullavísceras que descansaba sobre su espalda y apuntando su filo mellado hacia los parapetos destruidos—. ¡Las murallas caen, pero el honor es eterno!
El Maestro Apotecario Lydon se pasó los dedos huesudos por su cabello enredado. El rugido de orcos, tauren y Renegados superó al trueno. ¿Cómo lo hace? Se preguntó Lydon. ¡Mis hermanos Renegados vitorean por su propia destrucción!
 
   
  +
El maestro boticario Lydon se pasó unos dedos huesudos por entre la maraña de pelo. El bramido de orcos, tauren y Renegados superaba el del trueno.
Lydon intentó formar palabras con desesperación, una última súplica de cordura ante el plan de Garrosh. Trató de imaginar lo que diría la Dama Oscura, la manera en que detendría su sed de sangre. Su mandíbula se abrió pero no salió palabra alguna.
 
   
  +
—¿Cómo lo consigue? —se preguntó Lydon—. ¡Mis hermanos Renegados aclaman su propia destrucción!
Un sonido distante surgió en la parte posterior de la vanguardia de los [[Renegados]].
 
 
Lydon buscó con desesperación las palabras adecuadas, una última llamada a la cordura y en contra del plan de Garrosh. Intentó imaginarse lo que diría la Dama Oscura a Garrosh, cómo le haría contener su sed de sangre. Su mandíbula se abrió, pero no surgió ni una sola palabra de ella.
 
Un estruendo distante brotó por detrás de la vanguardia de los Renegados.
   
Garrosh espoleó a su lobo de guerra hasta llegar a un costado del ejército, dejando la vía libre para la carga. —¡Héroes de los Renegados! Ustedes son la punta de mi lanza. Levanten sus armas; levanten sus voces y no se detengan hasta que la bandera de la Horda ondee en esas murallas. —[[Aullavísceras]] descendió. —¡A la carga!
+
Garrosh espoleó a su lobo de guerra para dirigirlo hacia el flanco del ejército, dejando libre el camino para un ataque.
   
  +
—¡Héroes de los Renegados! Sois la punta de mi lanza. Alzad los brazos, alzad vuestras voces y no os detengáis hasta que el estandarte de la Horda ondee en lo alto de esos muros —Aullavísceras descendió—. ¡A la cargaaaaaaa!
—¡IGNOREN ESA ORDEN! —Chilló una voz desde el norte. El llamado de la Reina Banshee contaba con un poder tan terrorífico, y tal pureza, que incluso pareció que la misma lluvia dejó de precipitarse ante sus palabras. El cielo fue iluminado por relámpagos y el trueno retumbó como un martillo al golpear roca. Todas las cabezas se volvieron hacia ella, la Dama Oscura montada en su caballo esquelético. Su capa se agitaba con la furia de su avance, sus ojos ocultos por la capucha empapada por la lluvia. Cuando los Renegados la vieron, bajaron sus armas hacia el lodo, inclinaron sus cabezas y se arrodillaron.
 
   
 
—¡IGNORAD ESA ORDEN! —gritó una voz desde el norte. El alarido de la Reina alma en pena portaba una potencia y una pureza tan aterradoras que hasta la propia lluvia pareció dejar de caer al oírlo. Un relámpago partió el cielo en dos, y los truenos crujieron como la piedra bajo el martillo. Todas las cabezas se giraron hacia ella, la Dama Oscura montaba a horcajadas sobre su esquelética montura, su negra capa ondeaba con la furia de su ímpetu y sus ojos estaban enmarcados por una caperuza lamida por la lluvia. Cuando los Renegados la vieron, bajaron sus armas hacia el lodo, inclinaron la cabeza y se arrodillaron.
El Maestro Apotecario Lydon no cayó de rodillas, aunque sintió que flaqueaban debido a la llegada de la salvadora de los Renegados. Caminó hacia el frente con pasos temblorosos e inciertos —su larga toga arrastrándose en el lodo— y tomó las riendas del corcel mientras éste se detenía. —Dama Oscura, —susurró aliviado y sin aliento.
 
   
  +
El maestro boticario Lydon no se hincó de rodillas, aunque le flaqueaban las piernas ante la visión de la salvadora de los Renegados. Se adelantó con paso indeciso arrastrando su larga toga con torpeza por el lodo y alargó el brazo para asir las riendas del corcel de su señora cuando este se detuvo.
Después parpadeó sorprendido. La Dama Sylvanas se encontraba flanqueada por las abominables Val’kyr, cuyos cuerpos fulgurantes flotaban gracias a sus alas traslúcidas.
 
   
  +
—Dama Oscura —susurró, el alivio lo había dejado sin aliento.
Garrosh se acercó a ella por el camino lleno de surcos. El ejército de Renegados se extendía a su alrededor como miles de estatuas silenciosas. La sed de sangre brillaba en sus ojos y Lydon no pudo evitar mirar hacia otro lado.
 
  +
Entonces, parpadeó asombrado: a ambos lados, Lady Sylvanas estaba flanqueada por las abominables Val'kyr, y sus resplandecientes cuerpos estaban suspendidos en el aire, sustentados por traslúcidas alas.
   
 
Garrosh se acercó a ella por el irregular camino, el ejército de Renegados, silenciosos y arrodillados, se extendía a su alrededor como miles de estatuas mudas. La sed de sangre brillaba en sus ojos. Lydon no pudo evitar retroceder.
Sin embargo, Sylvanas no parpadeó ni se quitó la capucha como señal de respeto. Sólo levantó la barbilla con un sutil gesto y habló. Sus palabras iban dirigidas a Garrosh, pero en un tono que todos pudieran escuchar.
 
   
 
Pero Sylvanas no pestañeó, ni se quitó la caperuza en señal de respeto. Alzó la barbilla con un gesto sutil. Pronunció sus palabras, dirigidas a Garrosh, pero lo bastante altas como para que todos pudieran oírlas.
—Hellscream, Gilneas caerá y la Horda tendrá su premio, —dijo ella. —No obstante, si deseas utilizar a mi gente, lo haremos a mi modo. —Sylvanas lanzó su capa sobre su hombro, descubriendo su moteada piel gris y las placas de cuero con plumas de su ornamentada armadura negra. —Tres de mis barcos más veloces ya han sido enviados a la costa sur para llamar la atención de la capital Gilnea y, aún ahora, estoy obteniendo refuerzos de Camposanto.
 
   
 
—Grito Infernal. Gilneas caerá. Y la Horda recibirá su premio —afirmó—. Pero si quieres usar a mi pueblo, tendremos que hacerlo a mi manera —Retiró la capa de uno de sus hombros, revelando su veteada piel gris y las placas de cuero adornadas de plumas de su decorada armadura negra—. Mis tres barcos más rápidos ya están en camino hacia la costa sur para desviar la atención de la capital gilneana. Y en estos momentos, estoy reuniendo refuerzos en Camposanto.
El Apotecario Lydon ladeó la cabeza al escuchar sus crípticas palabras. Según recordaba, lo único que quedaba de Camposanto era un cementerio.
 
   
 
El boticario Lydon ladeó la cabeza ante tan críptica afirmación. Por lo que él recordaba, en Camposanto no quedaba nada más que un cementerio.
Más importante aún, algo había cambiado en la presencia de su soberana. Su voz, siempre terrorífica, ahora contaba con un filo definitivo, como si hablara con la irrevocabilidad de los dioses. ¿Y qué de esas Val’kyr que flotaban en silencio a su lado?
 
   
  +
Pero lo más importante era que algo en la soberana presencia de Garrosh había cambiado. La voz de la dama, siempre aterradora, ahora tenía un toque decisivo, como si hablara con la determinación de los dioses. ¿Y qué pretendían esas Val'kyr que se mantenían suspendidas y silenciosas a su lado?
—Mi Dama, —susurró Lydon. ¿Dónde ha estado?
 
   
 
—Mi señora —susurró Lydon—. ¿Dónde has estado?
Sylvanas miró a su súbdito y el Apotecario Lydon retrocedió, sus manos temblorosas soltaron las riendas de su corcel.
 
   
 
Ella bajó la vista hacia su súbdito. El boticario Lydon retrocedió y sus temblorosas manos dejaron caer las riendas del corcel.
 
OSCURIDAD
 
   
 
LA OSCURIDAD
La Dama Sylvanas Brisaveloz iba en caída libre. No en sentido físico, ya que su cuerpo se despedazó en la base de la Ciudadela Corona de Hielo. Era su espíritu el que se desplomaba, perdido como navío sin timón en una tormenta.
 
   
 
Lady Sylvanas Brisaveloz se vio sumida en una caída libre. No en el sentido físico; su cuerpo se había hecho pedazos al pie de la Ciudadela de la Corona de Hielo. Era su espíritu el que caía, perdido, como un barco sin timón en la tormenta.
¿Cómo había llegado aquí? No podía recordarlo. ¿Fue asesinada por Arthas? ¿Se había suicidado? ¿La enjuiciaron las Val’kyr? El tiempo carecía de significado en este lugar. La totalidad de su vida no parecía una serie de eventos, sino un instante; un destello de conciencia concentrado en un vacío infinito.
 
   
 
¿Cómo había llegado hasta allí? No conseguía recordarlo. ¿La había matado Arthas? ¿Se había suicidado? ¿La habían enviado las Val'kyr para ser juzgada? Allí el tiempo no significaba nada. Su vida no parecía una serie de sucesos, sino un único instante, un minúsculo fogonazo de consciencia en un vacío infinito.
Sólo vio oscuridad.
 
   
 
Solo percibía oscuridad.
Y luego sintió, en verdad sintió, por primera vez en mucho tiempo; retrocediendo con agonía.
 
   
 
Y después sintió, sintió de verdad, por primera vez en mucho tiempo. Retrocedió asustada. Agonizante.
Aquí estaba, su espíritu completo una vez más, pero sólo para sufrir. Ser capaz de sentir de nuevo para padecer dolor abyecto. Frío, desesperanza.
 
  +
  +
Estaba allí, sentía que su espíritu estaba completo de nuevo, y solo sentía sufrimiento. Podía sentir de nuevo, pero solo sentía un abyecto dolor. Frío. Desesperanza.
   
 
Miedo.
 
Miedo.
   
Había otros en la oscuridad, cosas que no reconocía porque nada tan terrible podría existir en el mundo de los vivos. Sintió garras abriendo su piel, pero no tenía boca para gritar. Ojos la observaban, pero no podía devolverles la mirada.
+
Había otros en la oscuridad. Criaturas que no reconocía, porque nada tan terrible podría existir en el mundo de los vivos. Sus garras la arañaban, pero no tenía boca con la que gritar. Sus ojos se fijaban en ella, pero no podía devolverles la mirada.
   
 
Arrepentimiento.
 
Arrepentimiento.
   
Percibió una presencia familiar y la reconoció, la burlona voz que alguna vez la mantuvo prisionera. ¿Arthas? ¿Arthas Menethil? ¿Aquí? Su esencia se aproximó a ella con desesperación y luego se alejó con horror al reconocerla. El niño que sería el Rey Exánime. Sólo un chiquillo rubio asustado, cosechando el resultado de una vida de errores. Si alguna parte del alma de Sylvanas no estuviera desgarrada o atormentada, cabe la posibilidad de que hubiera sentido —por vez primera— el más breve destello de lástima por él.
+
Sintió una presencia familiar. La reconoció. La voz burlona que un tiempo la retuvo prisionera. ¿Arthas? ¿Arthas Menethil? ¿Aquí? Su esencia se apresuró hacia ella, desesperada, y después retrocedió horrorizada al reconocerla. El niño que llegaría a ser Rey Exánime. Tan solo un pequeño niño rubio asustado, recogiendo las consecuencias de una vida de errores. Si a Sylvanas le hubiera quedado un solo pedazo del alma que no estuviera destrozado o atormentado, habría llegado incluso a sentir, por primera vez, un mínimo resquicio de lástima por él.
   
En el vasto panorama del sufrimiento del mundo y de toda la maldad del infinito, el Rey Exánime era… insignificante.
+
En el vasto paisaje que contenía todo el sufrimiento del mundo y toda la maldad infinita, el Rey Exánime era… insignificante.
   
Ahora estaba en manos de los otros, quienes la rodeaban, regocijándose, atormentándola, rasgando su conciencia y deleitándose con su sufrimiento.
+
Ahora los demás la tenían atrapada. La habían rodeado. Alegres, la atormentaban, arañaban su consciencia, se regocijaban ante su sufrimiento.
   
 
Horror.
 
Horror.
   
Esta sería su eternidad, el vacío interminable, el oscuro y desconocido reino de la angustia.
+
Así sería su eternidad: un vacío sin fin, el oscuro y desconocido reino de la angustia.
   
¿Transcurrió un instante o toda una vida antes de que un solo rayo de luz se abriera paso a través de la oscuridad? Luego, las nueve Val’kyr se acercaron a ella con los brazos extendidos, imposiblemente hermosas en este oscuro lugar; rodeando a Sylvanas con un halo de luz.
+
¿Pasó un instante o una vida antes de que un solo rayo de luz se abriera camino en la oscuridad? Vinieron hacia ella, con los brazos extendidos. Las nueve Val'kyr, cuya belleza le resultaba increíble tras permanecer en aquella oscuridad, envolvieron a Sylvanas con un único halo de luz.
   
Se sintió pequeña y desnuda, enroscada en misma. Cuando recuperó su voz, sólo atinó a sollozar. Sylvanas Brisaveloz se encontraba desecha, pero las Val’kyr no juzgaban.
+
Se sintió pequeña y desnuda. Se encogió. Cuando encontró su voz de nuevo, solo podía sollozar. Sylvanas Brisaveloz estaba derrotada. Pero aún así, las Val'kyr no la juzgaron.
   
—Dama Sylvanas —dijo Annhylde con voz tranquilizadora mientras tocaba el rostro de la montaraz elfa—, la necesitamos.
+
—Lady Sylvanas —dijo Annhylde, con voz tranquilizadora. Tocó la mejilla de la elfa forestal—. Te necesitamos.
—¿Q… qué es lo que quieren?
+
—¿Qué..., qué queréis?
—Estamos atadas a la voluntad del Rey Exánime, prisioneras en la cúspide de Corona de Hielo; quizá por toda la eternidad. Ansiamos nuestra libertad, al igual que alguna vez tú anhelaste la tuya. —Annhylde se arrodilló junto a Sylvanas y las demás Val’kyr la rodearon, tomadas de los brazos. —Necesitamos un receptáculo, alguien como nosotras. Una hermana guerrera, fuerte, que haya visto la luz y la oscuridad. Alguien que comprenda la vida y la muerte; que sea digna del poder sobre éstas.
+
—Estamos sometidas a la voluntad del durmiente Rey Exánime. Prisioneras en la cima de la Corona de Hielo, puede que por toda la eternidad. Anhelamos nuestra libertad, como hace tiempo anhelaste la tuya —Annhylde se arrodilló junto a Sylvanas y las demás se reunieron alrededor de ambas con los brazos enlazados—. Necesitamos un ser receptor. Alguien como nosotras. Una hermana de la guerra. Fuerte. Que entienda la vida y la muerte. Que haya visto la luz y la oscuridad. Alguien digna de manejar un poder sobre la vida y la muerte.
—Te necesitamos, —repitió Ágata; su negro cabello flotaba libre ante la luz.
+
—Te necesitamos —repitió Agatha, mientras su negro cabello flotaba libre en la luz.
—Mis hermanas serán libres del Rey Exánime para siempre, pero sus almas quedarán vinculadas a la tuya, —prosiguió Annhylde. —Sylvanas Brisaveloz, Dama Oscura, reina de los Renegados… te será posible caminar nuevamente entre los vivos gracias a la hermandad de las Val’kyr. Mientras vivan, tú vivirás también. Libertad, vida… y poder sobre la muerte. Éste es nuestro pacto, ¿aceptas nuestro obsequio?
+
—Mis hermanas quedarán libres, libres del Rey Exánime para siempre, pero sus almas estarán unidas a la tuya —añadió Annhylde—. Sylvanas Brisaveloz, Dama Oscura, reina de los Renegados… podrías caminar de nuevo entre los vivos gracias a la hermandad de las Val'kyr. Mientras ellas vivan, tú también lo harás. Libertad, vida… y poder sobre la muerte. Este es nuestro pacto. ¿Aceptas nuestro obsequio?
   
Sylvanas respondió, mas no de inmediato. El olvido merodeante la aterrorizaba y aún ahora sentía la furia de la tempestad a su alrededor. Ésta era su única salida, pero no quería aceptar por miedo. Aguardó hasta sentir algo más, comunión, una hermandad; hermanas. Por separado se encontraban atrapadas, pero juntas eran libres… y con ellas podría posponer su destino.
+
Sylvanas respondió, pero no de forma inmediata. El acechante olvido la llenaba de terror. Incluso ahora, sentía la ira fluir a su alrededor como una tormenta. Esta era su única salida. Pero no quería aceptar debido al miedo. Esperó hasta que sintió algo más. Una camaradería. Una hermandad. Hermanas. Separadas estaban condenadas. Pero juntas, serían libres… y con ellas, podría posponer su destino.
   
—Sí —dijo—, tenemos un pacto.
+
—Sí —dijo ella—. Tenéis mi palabra.
   
Annhylde asintió con denuedo y se incorporó, sus facciones borrosas y fantasmales. —El pacto está sellado Sylvanas Brisaveloz, —dijo ella. —Mis hermanas son tuyas y ahora posees dominio sobre la vida y la muerte. —Hizo una larga pausa. —Yo tomaré tu lugar.
+
Annhylde asintió con seriedad, después se levantó, sus facciones eran turbias y fantasmales.
   
  +
—El pacto está sellado, Sylvanas Brisaveloz —dijo—. Mis hermanas son tuyas, y tú ejerces dominio sobre la vida y la muerte —Tras una larga pausa añadió—: Yo ocuparé tu lugar.
La luz fue cegadora.
 
   
 
La luz era cegadora.
Entonces Sylvanas despertó, su cuerpo torcido pero intacto. La enormidad de la Ciudadela Corona de Hielo se extendía imponente sobre ella, a modo de lápida.
 
   
 
Entonces, Sylvanas despertó, su cuerpo estaba retorcido pero entero, la enorme columna de la Ciudadela de la Corona de Hielo se cernía sobre ella como una lápida.
Annhylde se había ido; Sylvanas se encontraba rodeada por las ocho Val’kyr restantes.
 
  +
 
Annhylde se había ido. Sylvanas estaba rodeada por las otras ocho Val'kyr.
  +
 
Mientras ellas vivieran, ella también lo haría.
   
Mientras vivieran, ella también.
 
 
 
 
GILNEAS
 
GILNEAS
   
—¿Quién te crees que eres para contramandar mis órdenes? —Preguntó Garrosh, ordenando a su lobo de guerra avanzar hacia ella. El enorme orco invadió su espacio vital y le lanzó una mirada fulminante.
+
—¿Quién eres para revocar mis órdenes? —preguntó Garrosh con aspereza, y azuzó a su lobo de guerra para que avanzara. El enorme orco impuso su gran envergadura ante ella, se acercó por un costado y le dirigió una mirada fulminante.
   
  +
Sylvanas no se movió ni se asustó.
Sylvanas no se inmutó ni se alejó. —En algún momento fui como tú Garrosh, —respondió en tono quedo y constante, suficiente como para que sólo el señor de guerra pudiera escucharla. —Mis súbditos eran herramientas, flechas en mi carcaj. —Levantó ambas manos y se quitó la capucha con lentitud. Después dirigió su oscura mirada hacia el orco. Sus ojos estaban vivos. Enormes pupilas negras lívidas de rabia con ascuas rojas ardiendo en su interior.
 
   
  +
—Hubo un tiempo en que fui igual que tú, Garrosh —respondió ella, con voz calmada y firme, adecuando el volumen para que solo el Jefe de Guerra pudiera oírla—. Aquellos que me servían no eran más que herramientas. Flechas en mi carcaj —Levantó la mano y se retiró la caperuza despacio, después, dirigió su oscura mirada hacia él. Sus ojos estaban vivos, en sus descomunales pupilas negro azabache bullía la ira, y ascuas al rojo vivo brillaban en lo más profundo.
En ese momento nadie se hubiera atrevido a mirar a Sylvanas Brisaveloz a los ojos. Nadie salvo Garrosh Hellscream.
 
   
 
En ese momento, nadie se atrevió a mirar a Sylvanas Brisaveloz a los ojos. Nadie excepto Garrosh Grito Infernal.
Lo que vió fue un inmenso vacío negro, una oscuridad infinita. Había miedo en esos ojos, pero también algo más. Algo que incluso atemorizaba al gran señor de guerra. Su lobo comenzó a alejarse de manera instintiva.
 
   
 
Lo que vio fue un gran vacío negro, una oscuridad infinita. Había miedo en esos ojos, pero también algo más. Algo que aterrorizaba incluso al gran Jefe de Guerra. Su lobo empezó a alejarse poco a poco, de forma instintiva.
—Garrosh Hellscream, he caminado por los reinos de los muertos y he visto la oscuridad infinita. Nada que puedas decir o hacer tiene posibilidades de asustarme.
 
   
 
—Garrosh Grito Infernal. He caminado por los reinos de los muertos. He visto la infinita oscuridad. Nada de lo que digas. O hagas. Podrá asustarme lo más mínimo.
El ejército de no muertos que rodeaba y protegía a la Dama Oscura aún le pertenecía en cuerpo y alma. Sin embargo, ya no eran flechas en su carcaj; no más. Eran un baluarte contra lo infinito y era necesario emplearlos sabiamente. Ningún orco estúpido los desperdiciaría mientras ella caminara por el mundo de los vivos.
 
   
 
El ejército de no muertos que rodeaba y protegía a la Dama Oscura aún le pertenecía en cuerpo y alma. Pero ya no eran flechas en su carcaj, ya no. Eran un baluarte contra lo infinito. Debía usarlos con sabiduría, y ningún orco ignorante los sacrificaría mientras ella caminara en el mundo de los vivos.
El señor de guerra enfundó su hacha mientras su montura se alejaba de la de Sylvanas. Al cabo de un largo silencio, finalmente dejó de mirar esos ojos.
 
   
 
El Jefe de Guerra envainó su hacha sobre su espalda, su montura se alejaba con sigilo de la de ella. Después de un largo rato, por fin, retiró la mirada de esos ojos.
—Muy bien Dama Oscura, —dijo en voz alta para que todos escucharan. —Tomaremos Gilneas… a tu modo.
 
   
 
—Muy bien, Dama Oscura —admitió lo bastante alto como para que todos lo oyeran—. Tomaremos Gilneas… a tu manera.
Espoleó su montura y avanzó por el lodo hacia sus propias tropas. Pero te estaré vigilando, se dijo a sí mismo.
 
   
 
Espoleó a su montura para que avanzara y se dirigió sin prisa hacia sus propias tropas. "Pero te estaré vigilando", se dijo a sí mismo.
La mirada de Hellscream ahora se encuentra sobre ti y ha de seguirte muy, muy de cerca.
 
  +
  +
"Los ojos de Grito Infernal te vigilan más que los de cualquier otro".
   
 
-->
 
-->
  +
== Localizaciones==
  +
* [[Bosque de Argénteos]]
  +
** [[Muralla de Cringris]]
  +
* [[Claros de Tirisfal]]
  +
** [[El Baluarte]]
  +
* [[Corona de Hielo]]
  +
** [[Ciudadela de la Corona de Hielo]]
  +
*** [[Trono Helado]]
  +
* [[Gilneas]]
  +
** [[Muralla de Cringris]]
   
==Fuente==
+
== Fuentes ==
{{elink|type=woweu|http://eu.battle.net/wow/es/game/lore/leader-story/sylvanas-windrunner/1|desc=Filo de la noche}}
+
* {{elink|type=woweu|http://eu.battle.net/wow/es/game/lore/leader-story/sylvanas-windrunner/1|desc=Filo de la noche}}
{{elink|type=woweu|http://us.battle.net/wow/es/game/lore/leader-story/sylvanas-windrunner/1|desc=Al filo de la noche}}
+
* {{elink|type=wowus|http://us.battle.net/wow/es/game/lore/leader-story/sylvanas-windrunner/1|desc=Al filo de la noche}}
   
==Enlaces externos==
+
== Enlaces externos ==
 
* [http://eu.media.blizzard.com/wow/lore/pdfdownload/leader-story/sylvanas-windrunner/sylvanas-windrunner-esES.pdf Descarga en PDF] (ES]
 
* [http://eu.media.blizzard.com/wow/lore/pdfdownload/leader-story/sylvanas-windrunner/sylvanas-windrunner-esES.pdf Descarga en PDF] (ES]
 
* [http://us.media.blizzard.com/wow/lore/pdfdownload/leader-story/sylvanas-windrunner/sylvanas-windrunner-esMX.pdf Descarga en PDF] (MX)
 
* [http://us.media.blizzard.com/wow/lore/pdfdownload/leader-story/sylvanas-windrunner/sylvanas-windrunner-esMX.pdf Descarga en PDF] (MX)
  +
   
 
{{Bookfooter|Historias cortas}}
 
{{Bookfooter|Historias cortas}}

Revisión actual - 01:10 6 ene 2017

Booknovel
Este artículo o sección aborda contenido proveniente de novelas o historias cortas de Warcraft.
Sylvanas Edge of Night

Filo de la noche (España) o Al filo de la noche (Latinoamérica), es una historia corta escrita por Dave Kosak y publicada en septiembre de 2011 en la página web de World of Warcraft. Está centrada en la figura de Sylvanas tras los sucesos contra el Rey Exánime en Rasganorte.

Personajes[ | ]

Principales Secundarios Mencionados

Argumento[ | ]

Arthas había muerto en la cima de la Ciudadela Corona de Hielo, hasta donde se había desplazado Sylvanas, vacía tras la caída de aquel que fue quien la convirtió en lo que es ahora: la reina en pena de los Renegados. Tras descubrir que el Rey Exánime había sido remplazado por un humano, Sylvanas se dirigió al precipicio ante la mirada de un conjunto de valkyr. Por su cabeza se cruzaron recuerdos de la caída de Quel'Thalas y de la liberación de los Renegados. Nada de eso estuvo presente cuando la Dama Oscura se arrojó al vacío, destrozando su cuerpo y encontrando finalmente la paz. Sin embargo las visiones volvieron a ella, visiones de la Alianza reconquistando Entrañas y de Garrosh malgastando los recursos de la Horda en otros menesteres. Las valkyr habían intervenido y le estaban mostrando a la Dama Oscura lo que sería de los Renegados si ella decidía morir. La oscuridad rodeaba a Sylvanas que aceptó acoger a las guerreras en su seno, sellando un pacto por el cual mientras las valkyr vivieran, también lo haría ella. Una de ellas se sacrificó y a cambio Sylvanas volvió a la vida. Quedaban ocho y un largo trecho hasta Lordaeron donde se estaba librando una guerra.

Mientras, a las puertas de Gilneas, Garrosh se encontraba supervisando el asalto a la muralla de Cringris, en la frontera con el Bosque de Argénteos. Las puertas de acceso a Gilneas se encontraban deterioradas a causa del cataclismo y una brecha se había abierto en ellas. El principal problema era la estrechez de esta abertura, que impedía el acceso de la Horda al reino humano. La idea de Garrosh era utilizar a los Renegados como carne de cañón y enviarlos en tropel para abrir camino, mientras sus orcos entrarían en combate a continuación. Justo cuando dio la orden de ataque, apareció Sylvanas para detener a los suyos. Flanqueada por las valkyr, su voz provocaba más que nunca el temor de quien la escuchaba. Miró a Garrosh y le espetó que si quería usar a su pueblo, tendría que ser a su manera. Ante la imponente Dama Oscura, Garrosh no tuvo más remedio que desdecirse. A partir de ahora, ella tenía el mando.

Localizaciones[ | ]

Fuentes[ | ]

Enlaces externos[ | ]