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*{{RaceIconExt|Human|Male}} [[Field Marshal Afrasiabi]]
 
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==Texto==
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Algo despertó al Rey Varian Wrynn de su profundo sueño. Mientras éste se encontraba de pie, inmóvil en la penumbra, el débil sonido de un goteo distante hacía eco en las murallas del Castillo de Ventormenta. Un sentimiento de temor inundó al monarca, pues era un ruido que había escuchado antes.
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Varian avanzó con cuidado hacia la puerta y acercó una oreja al roble bruñido. Nada, ni movimiento, ni pisadas. Luego, como si viniera de muy lejos, el apagado murmullo de una multitud vitoreando fuera del castillo, en alguna parte. ¿Acaso no me levanté para la ceremonia del día de hoy?
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Una vez más hizo acto de presencia el extraño goteo. Esta vez retumbaba en el piso helado, de modo claro y húmedo. Varian abrió la puerta con lentitud y se asomó al corredor; oscuridad y silencio. Aún las antorchas parecían titilar con luz fría, que se apagaba tan pronto surgía. Para ser un hombre que se permitía pocas emociones, Varian sintió algo agitarse en su interior, algo viejo, joven, quizá olvidado por largo tiempo. Era casi como el sentimiento infantil del… ¿miedo?
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Descartó tal noción de inmediato. Él era Lo’Gosh, el Lobo Fantasma. El gladiador que provocaba terror en los corazones de amigos y enemigos por igual. Aun así no podía sacudirse esa sensación primigenia de inquietud y peligro que invadía su cuerpo.
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Al salir al corredor, Varian notó que sus guaridas no se encontraban en sus puestos habituales. ¿Están todos ocupados con el Día de Remembranza, o hay algún trasfondo siniestro?
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Caminó con cautela por la negrura del pasillo hasta llegar al enorme y familiar salón del trono del Castillo de Ventormenta. Sin embargo, sus imponentes muros se veían distintos; más altos, más oscuros y vacíos. Del elevado techo de piedra colgaban banderas —cuya apariencia era similar a la de estridentes telarañas— que tenían estampado el rostro dorado de un león; emblema que indicaba el orgullo y la fuerza de la gran nación de Ventormenta.
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En la penumbra, Varian escuchó un grito ahogado y una súbita escaramuza. Posó la vista en el suelo, donde un sendero de sangre conducía claramente al centro de la habitación. Ahí, entre la oscuridad, apenas notó dos siluetas en frenética lucha. Conforme sus ojos se ajustaron, pudo ver un hombre de rodillas, herido y sangrante. Frente a él se encontraba una tosca e imponente figura femenina.
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Varian la conocía a la perfección. Su silueta distorsionada revelaba la torcida naturaleza de su cuerpo y alma. Era Garona Halforcen, mitad draenei, mitad orco. La asesina creada por la enferma mente de Gul’dan.
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Mientras Varian permanecía inmóvil sin poder creer a sus ojos, sangre fresca escurría por el filo de la hoja de la medio orco. El líquido llegaba a la punta y goteaba… caía… hasta tornarse en un pétalo de rosa carmesí en el piso de mármol. Los recuerdos, cual avalancha, arrollaron a Varian cuando reconoció al hombre que se encontraba en el suelo. La armadura, los atavíos reales; era su padre, el rey Llane.
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Garona miró a Varian, mostrando una espantosa sonrisita en su rostro surcado de lágrimas antes de descargar una cuchillada. El destello del acero cortó la oscuridad y se clavó profundamente en el pecho del rey, quien se encontraba de rodillas.
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—¡No! —Gritó Varian mientras se abalanzaba, gateando por el suelo manchado de sangre para llegar a su padre. Levantó el cuerpo lánguido del rey y lo abrazó mientras el rostro de la medio orco se fundía con la oscuridad.
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—Padre, —suplicó Varian, meciéndole en sus brazos.
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La boca de Llane temblaba a causa del dolor y luego se abrió, dejando escapar una línea de sangre. Con un hediondo siseo, el viejo rey logró formar unas cuantas palabras. —Así es como siempre termina… para los reyes Wrynn.
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Con eso, los ojos de Llane se pusieron en blanco y su quijada se abrió, dando a su rostro una terrible expresión. De las profundidades de su garganta surgió una vibración quitinosa. Varian quería arrancarse los ojos, pero descubrió que le era imposible. Algo se movía en la sombra de la boca abierta de su padre, serpenteaba brillante en el crepúsculo evanescente.
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De las fauces del rey muerto surgieron súbitamente infinidad de gusanos. Miles y miles de estas criaturas consumieron el rostro cenizo de Llane. Varian intentó alejarse, pero los gusanos se lanzaron sobre él, gorjeando y devorando su cuerpo al son de un último grito de agonía.
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Varian se enderezó en su silla de inmediato, el terrible grito todavía un eco en sus oídos. Estaba sentado frente a su mesa de mapas en los aposentos privados superiores del Castillo de Ventormenta. La cálida luz del sol, junto con el rugido de una multitud alegre, se colaba al interior de la habitación a través de una de las ventanas elevadas. La celebración del Día de Remembranza se encuentra en curso.
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Sostenía un relicario de plata sin lustre, el cual se encontraba cerrado con llave. Varian intentó abrirlo de modo instintivo, como había hecho ya mil veces, pero lo encontró inexorablemente sellado.
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La puerta se abrió de golpe y el comandante supremo de la defensa de Ventormenta entró con presura. El rostro del general Marcus Jonathan presentaba un semblante de gran preocupación. —¿Ocurre algo, su alteza? Escuchamos un grito.
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Varian guardó el relicario rápidamente y se incorporó. —Todo bien, Marcus. —El rey intentó acomodarse la armadura y se quitó un mechón de cabello que obstruía sus ojos cansados. Los dedos del monarca sintieron las profundas líneas de preocupación y falta de sueño de los últimos meses; un periodo de semanas borrosas dedicadas a responder a las múltiples emergencias que dejó el súbito ataque de Alamuerte contra la ciudad y el mundo.
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Tanto él como el general se encontraban vestidos de gala para la festividad y a Jonathan, con su estatura y facciones afiladas, le quedaba el papel mejor que a la mayoría.
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—La ceremonia de honor se celebrará en tres horas, su alteza, —dijo Jonathan. —¿Está listo su discurso?
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Varian miró el pergamino en blanco que reposaba sobre la mesa. —Aún estoy trabajando en él, Jonathan. Y no encuentro las palabras adecuadas.
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El comandante supremo lo estudió y Varian cambió el tema con presteza. —¿Ha llegado mi hijo?
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El general Jonathan negó con la cabeza. —Nadie ha visto al príncipe Anduin, su alteza.
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En un intento por ocultar su decepción, Varian miró por las ventanas del castillo hacia el atrio que se extendía abajo. Era un mar de gente, con banderas y serpentinas ondeando en el aire, niños vestidos como sus héroes de antaño favoritos y comida y bebida que fluia al son de las risas. El Día de Remembranza era parte en memoria de los caídos y parte celebración, sin embargo, Varian nunca hallaba regocijo en este evento.
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Mientras miraba, la multitud avanzaba lentamente hacia el Valle de los Héroes, donde las estatuas de los grandes campeones de la humanidad vigilaban la entrada de Ventormenta. El escenario para la Ceremonia de Honor había sido colocado a la sombra de estos famosos líderes, a quienes se les reconocería hoy con reverencia y agradecimiento por sus increíbles hazañas.
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Jonathan prosiguió. —Señor, cuando esté listo, el arzobispo le espera afuera para informarle de las reparaciones de la ciudad y el cuidado de los heridos.
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—Sí, sí, en un momento. —Varian hizo un ademán para que le dejase solo. Jonathan inclinó la cabeza y dejó la habitación sin hacer ruido, cerrando la puerta tras de sí.
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El monarca se sacudió las telarañas de su mente y sacó el delicado relicario una vez más, examinando su arrugado reflejo en la superficie metálica. El mundo ha cambiado, pero he de mantenerme firme.
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Varian posó la vista en el retrato del rey Llane que se encontraba sobre la chimenea. Hoy más que nunca, el líder de la humanidad, rey de Ventormenta, roca de la Alianza, debe presentar lo mejor de sí; su padre no esperaría menos.
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El arzobispo Benedictus se encontraba ataviado con sus togas y accesorios más finos, en representación de la cultura de Ventormenta este magno día. Junto a él se encontraba un hombre pequeño y sucio que cargaba un considerable bulto de pergaminos arrugados.
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Benedictus miró con avidez cuando el rey salió de sus aposentos. —La Luz lo bendiga, rey Varian. —Dijo con una sonrisa en tanto que el monarca descendía por la escalinata.
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—Igualmente, Padre, —respondió Varian. —Parece estar vestido para una audiencia con su creador.
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Benedictus hizo un ademán con su bastón, un gesto solemne y bien practicado. —En estos tiempos, debemos estar listos para reunirnos con la Luz en cualquier momento.
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Al lado del arzobispo, el hombre pequeño, un tanto nervioso también, revisaba una y otra vez su enorme bulto de papeles y diagramas de la ciudad. De súbito, Varian cayó en la cuenta de que se trataba de Baros Alexston, el arquitecto de la ciudad. Apenas le reconoció entre la gran cantidad de lodo que cubría su rostro y ropa.
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Varian indicó con la mano que le siguieran y comenzó a descender las escaleras. ¿Cómo van las reparaciones de la ciudad, Baros?
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—Tan bien como uno pudiera esperar, majestad. —Asintió éste, luchando por no tirar sus pergaminos. Benedicutus le dio unas palmaditas en la espalda al arquitecto. —Baros está siendo muy modesto, alteza. Ha hecho milagros en la restauración de Ventormenta; sin mencionar varias mejoras notables.
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Varian sintió algo de alivio. Era bueno ver que sus consejeros recuperaban algo de su optimismo. —¿Qué es lo más urgente?
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El arquitecto asintió y, nervioso, procedió a desenrollar uno de sus tantos pergaminos mientras caminaba. Esto provocó que al menos otros tres escaparan de entre sus dedos y cayeran al suelo.
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—Mil disculpas, señor… sí, aquí está. —Baros señaló un punto en el mapa, dejando marcas de lodo con sus dedos sucios en el proceso. —Hemos investigado el daño causado a las dos torres primarias en la entrada de la ciudad. —El arquitecto sacudió la cabeza y emitió un silbido. —Ese dragón negro debe ser aún más pesado de lo que sugiere su tamaño; posiblemente sea por la armadura de elementio oscuro. Hemos efectuado algunas excavaciones, los cimientos se encuentran en condiciones deplorables.
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Baros examinó más diagramas mientras hablaba. —Lo mismo sucede con el ala este del castillo aquí… y aquí, así como algunos de los edificios de mayor tamaño en el muelle; incluyendo lo que queda de… —El arquitecto hizo una pausa, al parecer demasiado dolido como para completar la lista.
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Benedictus intervino. —Por supuesto, lo que queda del Antiguo Cuartel y el terrible cráter donde alguna vez existió el parque. Que la Luz bendiga sus almas.
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El rostro de Baros denotaba tristeza detrás de las manchas de lodo. —Me temo que será necesario efectuar reparaciones extensas y será costoso.
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Los ojos de Varian se posaron en el arquitecto, dolores enterrados por largo tiempo que salían a la superficie. ¿Habla de dinero? ¿En estos tiempos? Ni Benedictus ni Baros parecieron darse cuenta de su reacción y Varian apretó el paso para sofocar el nudo de ira que crecía en su estómago.
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En el rellano siguiente, el rey se detuvo para inspeccionar parte del daño que sufrió su castillo. La escalinata estaba cubierta de escombros donde un enorme boquete permitía ver el cielo y la ciudad abajo. Conforme Varian examinaba el área, Baros revisó sus papeles.
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—Ya requisamos piedra a la cantera para reemplazar esto, su alteza. —Posteriormente hizo el intento de aligerar la situación. —Estará listo antes de lo que canta un gallo. Los castillos tienen suficientes corrientes de aire aún cuando no les faltan muros enteros, ¿verdad?
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Varian lo ignoró mientras tocaba ensimismado las rocas irregulares con su mano enguantada. Arrancadas de la torre como si le hubieran dado una fuerte mordida, cosa que no distaba mucho de la realidad. El guante del rey entró en contacto con algo puntiagudo, una astilla de color obsidiana y con forma de daga que sobresalía de la pared dañada. Era un fragmento de la armadura de elementio del dragón —una esquirla negra como la noche— de casi dos manos de longitud y muy filosa. El trozo de armadura se encontraba profundamente clavado en la roca, pero Varian logró extraerlo con algo de esfuerzo.
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La mostró para que los hombres la vieran. —Esta criatura vil, este… Alamuerte… no es la primera amenaza que pone en peligro las murallas de Ventormenta. —La mirada del monarca perforó el cráneo del arquitecto. —Vamos a reconstruir y a mantenernos firmes como siempre hemos hecho, cueste lo que cueste. ¡Nos aseguraremos de que esa bestia oscura pague mil veces el precio!
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El rey miró su ciudad dañada a través del agujero irregular. Su guante de placas crujió al apretar el fragmento de la armadura del dragón en furia silenciosa. Abajo, el gran muelle de Ventormenta era un gran bosque poblado de mástiles de embarcaciones. El puerto estaba repleto de navíos de todos colores, tamaños y formas. El Día de Remembranza siempre contaba con gran cantidad de peregrinos para honrar y celebrar a los héroes de la humanidad, sin embargo, nunca había visto tal concurrencia en años previos.
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En ese instante, otro barco ingresó al puerto y tiró anclas. Era un gran barco kaldorei con filigrana plateada y velas perfumadas de color morado. Varian guardó el fragmento de la armadura de Alamuerte en su cinturón y se volvió hacia sus consejeros. —¿Habrán venido este año por el honor del pasado, o por temor del futuro?
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Benedictus posó su vista en la congregación de buques. —Ciertamente muchos buscan refugio de la amenaza que presenta el dragón negro, su majestad. Algunos incluso proclaman que es augurio del fin de los tiempos.
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Varian gruñó. —Perdería poco aliento, Padre, y aún menos sueño sobre las cavilaciones insanas de unos cuantos cultistas del Martillo Crepuscular, ¿a menos de que considere útil tal palabrería durante sus exaltados sermones en la catedral? —El rey ofreció una irónica sonrisa al arzobispo.
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—Lo que sea que haga que la gente crea… y actúe… —Benedictus sonrió de vuelta. —Sin duda, la gente de Ventormenta necesita esperanza pero, más que eso, es imperativo que exista un plan. Confío que nuestro soberano proporcionará a los presentes algo en que creer cuando hable en la Ceremonia de Honor más tarde.
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Varian pensó en su discurso del Día de Remembranza. ¿Qué podría decir para aliviar las profundas heridas que había sufrido el mundo?
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El general Jonathan se aproximó e hizo una cortés reverencia frente al arzobispo antes de volverse hacia el rey. —Disculpe, su alteza, pero me pidieron recordarle que la Delegación de Honor aguarda su presencia en el salón del trono. —Jonathan intentó sonreír con la esperanza de hacer las noticias más digeribles.
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Varian frunció el ceño. Odiaba las obligaciones del cargo, en particular la pompa y labia de las festividades. Preferiría estar en otro lado, desempeñando eso que los guerreros hacen mejor, luchar contra dragones en sus guaridas o destazar océanos de demonios; en lugar de lidiar con una delegación de diplomáticos insufribles. Eso último es más perjudicial para la salud.
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Varian suspiró resignado. —Muy bien general, terminemos con esto de una buena vez.
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Jaina Proudmoore se encontraba en la sala del trono observando la ecléctica reunión de nobles, políticos y otros delegados. El gran salón del Castillo de Ventormenta era amplio, sin embargo, la perfumada multitud de dignatarios llenaba el espacio y enrarecía el ambiente. El arcoiris de luminarias se extendía a través del gran arco hasta perderse de vista.
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Como líder de la Isla de Theramore, Jaina era parte de la Delegación de Honor que fue seleccionada para estar de pie detrás del rey durante su discurso en memoria de los caídos. Con la Alianza bajo presión en frentes aún más peligrosos, muchos habían venido a ver que planes tenía el gran líder de Ventormenta con respecto a la reciente crisis mundial.
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Genn Greymane estaba cerca, sus ojos examinaban a la multitud con la misma intensidad que ella. Jaina echó un vistazo por la habitación con la esperanza de hallar el rostro de Anduin entre la muchedumbre, no obstante, quién sabe dónde se encontraba el príncipe. Se preguntó si Varian y el joven príncipe habrían resuelto su altercado más reciente, el cual separó a Anduin de su padre y lo condujo hacia la sabiduría de Velen, el profeta draenei. Sin embargo, consciente de la rigidez de Varian, Jaina sabía que éste sólo enterraba hachas en los cráneos de sus enemigos. No, la ausencia del príncipe indicaba claramente que la brecha permanecía.
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Greymane suspiró con impaciencia. Los presentes habían estado esperando un buen rato, deseosos de ver la sede de poder de Ventormenta y el Asiento del León, el gran trono afiligranado de los reyes Wrynn.
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Jaina miró los enormes felinos que adornaban la tarima, cada uno alerta y feroz como si su misión fuese salvaguardar la totalidad de Azeroth. Ella se preguntó qué tan profundamente quedó arraigado ese ideal en Varian cuando niño y qué tanta de esa presión afectó su modo de pensar. Crecer en la sombra de héroes debe haber sido difícil y creer que un solo hombre puede cargar tal peso es absurdo. Jaina alguna vez amó a un hombre que se quebró bajo una carga igualmente imposible.
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Poco después centró su atención en la multitud inquieta y analizó la escena. Tenía el don envidiable de poder leer a la gente con facilidad, sin embargo, el día de hoy no era necesario tener mucho talento para sentir el miedo y la frustración que permeaban el entorno; en breve ubicó una fuente de descontento entre la muchedumbre. Provenía de un grupo de nobles y delegados en torno a un hombre con complexión de oso, cuyo rostro enrojecido radiaba descontento. Lord Aldous Lescovar, hijo del traidor Gregor Lescovar, rumiaba por todo y estaba infectando a los presentes en la habitación.
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Los nobles habían bebido lo suficiente como para aflojar sus lenguas y, mientras Jaina escuchaba discretamente, el nombre del rey Wrynn hizo acto de presencia en la conversación una y otra vez; escupido como si fuera un amargo veneno.
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Jaina sabía que existía verdad en algunas de las cosas que decían los hombres. Varian era difícil en ocasiones y su intensidad era tan dura para sus amigos como para sus enemigos. No obstante, también conocía al rey lo suficiente como para saber donde se encontraba su corazón. Con gusto daría la vida para salvar a su gente. Varian se regía por preceptos antiguos que pocos entendían en la actualidad; un código de conducta que exigía más de sus líderes. Este malentendido separó gradualmente al rey de su pueblo, e incluso de su propio hijo, y sus enemigos se aprovecharon de ello con propósitos siniestros.
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Jaina siempre había sido aliada del rey Wrynn, sino es que su partidaria incondicional. Bien sabe la Luz que Varian no hace fácil que alguien sea su aliado, mucho menos su consejero cercano o amigo. Al tratar al Lobo Fantasma, Jaina sabía que era mejor aproximarse a su corazón en lugar de a sus colmillos.
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Ella misma vino para intentar disuadir al rey de su inflexible postura con respecto a la Horda, pero los delegados ebrios que rodeaban al impetuoso barón podrían descarrilar sus objetivos. Con una sonrisa forzada se aproximó al barón Lescovar y a su gentuza.
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—Recuerden bien, —Jaina hizo una reverencia frente a todos ellos, empleando el saludo tradicional de la festividad.
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—Recuerda bien, Jaina Proudmoore. —La mirada del barón se posó en sus aliados y luego de regreso en ella, incapaz de dilucidar si la llegada de la hechicera era una señal de apoyo o peligro. Jaina sintió el modo en que la vista del hombre la manoseó como sólo un joven barón se atrevería. Tenía cara de bruto y, pese a los abrigos caros y la seda, sus ojos ásperos traicionaban cualquier semblante de elegancia que sus atavíos intentasen crear.
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El barón estaba alerta, con mente vacilante al igual que su cuerpo. —¿Qué te trae de este lado del océano mientras arde tu propia tierra?
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Jaina notó que el barón estaba más ebrio de lo que había pensado e ignoró su pregunta. —Al igual que usted, vengo a presentar mis respetos a los héroes de antaño, pero también en busca de un plan que se ajuste a los nuevos peligros que enfrenta actualmente la Alianza.
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El barón gesticuló con la mano para señalar a todos sus compatriotas. —En efecto, estos nuevos peligros nos afectan a todos de igual manera. Ricos y pobres, mercaderes y chusma. ¿Cómo sucedió esto, maga? ¿A quién hemos de culpar?
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Jaina mantuvo un rostro serio, imposible de leer, y respondió al cabo de una cuidadosa pausa. —El liderazgo de la Alianza ha enfrentado infinidad de desafíos en fechas recientes. Sí, han existido errores de juicio y se han aprendido muchas lecciones, pero también ha habido grandes victorias.
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Un noble viejo y nervudo se abrió paso entre la gente, sacudiendo la cabeza con frustración. —Estamos hartos de las guerras de la Alianza que consumen nuestro oro y sangre. Las aventuras imprudentes y las venganzas personales sólo sirven para socavar las oportunidades de paz y prosperidad.
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Jaina alzó una mano para tranquilizar la atmósfera. —Muchos han expresado inquietudes similares. Por ejemplo, la agresión mal encausada hacia la Horda. Personalmente considero que es difícil conseguir buenos aliados en estas épocas, particularmente cuando nuestros enemigos parecen multiplicarse de modo infinito.
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El barón colocó su grueso brazo sobre el hombro de Jaina, cuya piel se erizó con el contacto. —Muchachos, creo que tenemos aquí a una amante de orcos. —Las risas que siguieron apestaban a cerveza rancia y el barón se aproximó a ella, demasiado cerca, su aliento caliente y burlón. —¿O quizá te inclinas por los hediondos tauren?
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Con gracia, ella se soltó del agarre del barón y presentó una máscara de simpatía con respecto a sus preocupaciones. En estas épocas, la Alianza no podía darse el lujo de permitir que más fisuras la debilitasen. Azeroth había revelado sus fracturas ocultas que, literalmente, partieron al mundo.
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Jaina intentó sonreír y el barón le devolvió el gesto, cosa que sólo sirvió para destacar los rasgos porcinos de su rostro. Él le guiñó un ojo. —Sabemos que tú y el rey son cercanos. Necesitamos que razones con él, convéncelo de buscar la paz donde exista tal posibilidad y de lidiar con ese maldito dragón antes de que no quede ciudad con la que podamos comerciar.
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—Entiendo sus inquietudes, comparto muchas de ellas.
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—Entonces haz tu deber y utiliza tu influencia, no hay ganadores con la guerra ciega. Los planes actuales del rey son…
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—¿Son qué? —Preguntó una voz profunda detrás del barón. Todos se volvieron para ver al rey Wrynn en el umbral. El murmullo se apagó cuando Varian entró al salón. —Por favor, barón Lescovar, ilumínenos. Díganos qué traerán mis planes. —La mirada de Varian un relámpago que se clavó en los ojos de Lescovar. Éste retrocedió a modo de sumisión.
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—Mil disculpas, su alteza. —El barón hizo una reverencia. —Sólo teníamos un animado debate con la estimada líder de Theramore.
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Varian caminó hasta el barón y sólo se detuvo una vez que se encontró dentro del espacio vital del noble; casi nariz con nariz. El rey habló suavemente, pero su gruñido retumbó fuerte y claro.
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—Mientras eras un cachorro en el fétido cubil de tu familia, yo guiaba a los ejércitos de Ventormenta a la victoria. —Echó una mirada a todos los presentes para ver si alguien se atrevía a desafiarle. —Nos he conducido a través del océano hasta el gélido Rasganorte, así como a las profanas profundidades de Entrañas; victoria tras victoria. Sin embargo, muchos de ustedes aún dudan.
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Los dignatarios se encontraban incómodos, pero nadie emitió palabra alguna. Jaina se encontraba fuera de sí por la rabia que sentía internamente. Lo bueno es que íbamos a mantener los colmillos del rey fuera de esto.
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Varian observó los rostros de los presentes. —¿Qué hacen aquí hoy? ¿Vinieron a hacerme perder el tiempo? ¿A exigir que escuche sus insignificantes quejas sobre mis esfuerzos por proteger este mundo? ¿¡Por protegerlos a ustedes!?
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Silencio.
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El fuego del Lobo Fantasma ardía en sus ojos. Un fulgor que se mantenía firme en la noche y obligaba a las sombras a retroceder.
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—¿O vinieron a ver a Lo’Gosh con sus propios ojos? A contemplar a aquel que hace la guerra con el mismo deleite que sus enemigos.
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Muchos empezaron a dejar el lugar, pero Varian no había terminado.
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—¡Hay quienes dicen que no soy mejor que nuestros enemigos, que yo soy el monstruo! Bueno, si es así, ¡soy el monstruo que necesitan! ¡Aquel que cuenta con la ferocidad suficiente como para infundir terror en el corazón de la oscuridad! ¡Alguien con el valor para hacer lo que sea necesario para defender a la humanidad del abismo!
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Al concluir su diatriba, Varian miró a su alrededor y se encontró con el familiar rostro de Anduin observándole fijamente desde el fondo de la sala del trono. Su hijo llegó en algún punto de su sermón. A juzgar por la cara de horror que mostraba el príncipe, quedaba claro que nada había cambiado desde que se separaron en pésimos términos.
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Los ojos de Anduin mostraban miedo y sorpresa; Varian sintió como el alma se le caía hasta los pies. ¿Me he convertido en tal extraño para mi propio hijo? Intentó relajar sus facciones, pero aún podía sentir su furia quemándole la piel. Anduin retrocedió y dejó la habitación. Con ello, la furia del rey escapó como agua de una presa rota, dejando sólo un vacío. Varian se sentó en su trono e hizo un gesto cansado indicando a los presentes que se fueran.
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Sorprendidos, los presentes salieron lentamente en fila india, temerosos del futuro y del líder de la humanidad. Sólo Jaina y el arzobispo permanecieron, mirando a Varian de reojo. Sin pensarlo, el rey deslizó la mano bajo su túnica y tocó el relicario de plata en su bolsillo. La fría superficie metálica calmó un poco el propósito que le hervía en la sangre. Varian sabía que nadie comprendía lo que debía hacer; o ser. Nadie lo comprendía y nadie lo comprendería jamás.
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Jaina y Benedictus observaban en silencio como Varian iba de un lado al otro de la habitación cual fiera enjaulada. El rey daba vueltas al relicario de plata una y otra vez, la brillante cadena tensándose con la misma furia que consumía al rey. Tanto Jaina como Benedictus se sentían impotentes, e intentaban hallar un puerto seguro en la tormenta.
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—El príncipe entenderá algún día, su alteza. —Dijo Benedictus. —Posee un alma iluminada. —El arzobispo le lanzó una mirada a Jaina en busca de apoyo pero, antes de que pudiera decir algo, Varian gruñó.
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—Nunca debí permitir que partiera. El deber de Anduin se encuentra aquí con su pueblo, no con los draenei.
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—Pero aún es joven, —dijo Jaina. —Anduin todavía busca su lugar en el círculo. Se encuentra en una misión para descubrir quién es en realidad.
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Varian se detuvo y le lanzó una mirada iracunda. —Es el heredero del trono de Ventormenta, Jaina, y casi un hombre. ¡A su edad yo ya había dominado la espada y estaba listo para luchar contra los enemigos de la Alianza!
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Jaina se estremeció. ¿Acaso la valía de un hombre sólo se mide según lo pronto que mata, Varian? —Ella intentó regresarle una mirada con la misma ferocidad. —¿Acaso no puedes ver que Anduin ha elegido un camino distinto?
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Varian hizo una pausa. —He… aceptado las decisiones de Anduin, pero temo que aún carece de la fuerza necesaria para gobernar. Son tiempos difíciles como ha puntualizado, arzobispo.
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—De cierto que el mundo se tambalea. —El arzobispo intentó cuidadosamente dar forma a las palabras con sus manos. —Pero la Luz muestra un camino distinto para cada uno de nosotros, hasta llegar al final escrito.
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—¡Basta de sermones, Benedictus! El mundo real no es tan indulgente como su iglesia. Ser rey es una tarea peligrosa. ¡Un mal paso y la gente muere!
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Benedictus dio un paso al frente y colocó una mano sobre el hombro del rey. —En el Día de Remembranza, más que en cualquier otro, se que se considera responsable por muchas cosas; particularmente lo que hemos perdido… —Prosiguió con cuidado. —Lo que usted ha perdido.
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El rey apretó el relicario de plata, su mente perdida en una madeja de pensamientos y preocupaciones. —Si Anduin no está listo, si tiene alguna flaqueza, todo será… —Varian se detuvo de súbito e intentó sacudirse esa idea.
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Jaina intervino para disipar el temor. —Anduin tiene una fuerza distinta que dar a este mundo, Varian. Eligió el sacerdocio por algo, es un sanador y se encuentra armonizado con la Luz.
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Varian asintió. —Lo que dices es cierto, Jaina. Anduin nunca ha sido… como yo. —Con un suspiro, el rey se dejó caer sobre el trono.
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—Como dijo antes, majestad —enunció Benedictus—, los tiempos han cambiado y queda claro que debemos adaptarnos. La época en que los corazones como el de Lothar eran la única manera de sobrevivir está por terminar. El mundo parece desear algo nuevo.
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Varian lo miró, su mente plagada de incertidumbre. Los cimientos de Azeroth habían sido sacudidos hasta su centro y muchas de sus piezas de desprendieron o perdieron para siempre. Sus creencias alguna vez firmes se tornaron endebles. Benedictus y Jaina se encaminaron hacia la salida, pero el arzobispo tenía una última petición.
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—En cuanto a la renovación, su alteza. Tengo un obsequio para usted en este Día de Remembranza, de hecho, tanto para usted como para el príncipe.
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El rey suspiró. —Me temo que sólo yo podré recibir su generosidad hoy día, Padre. Queda claro que mi hijo no tiene deseos de estar cerca de mí.
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Benedictus sonrió. —No permita que su corazón se acongoje. La Luz siempre brilla, incluso en las noches más oscuras. ¿Podría reunirse conmigo más tarde? Me parece que servirá para remediar muchos de sus problemas.
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Varian no estaba convencido de ello. —¿Dónde y cuándo, Padre? Como sabe, tengo un día muy ocupado.
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El arzobispo se inclinó y le susurró la ubicación al rey. El rostro de Varian se endureció al escuchar el lugar de reunión pero, al cabo de un momento, asintió de mala gana.
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Mientras Jaina y el arzobispo dejaban la habitación, Varian formuló una última pregunta para Benedictus. —Dígame, arzobispo. ¿Cree que Anduin llegará a ser un buen rey?
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Éste se volvió y asintió con autoridad. —Por supuesto, señor. Si sobrevive al crisol de nuestros tiempos. Los días de tribulación tienden a eliminar todas las impurezas, dejando únicamente el acero más fuerte. Los reyes Wrynn siempre han demostrado su valía, su alteza. —Hizo una reverencia y salió junto con Jaina, dejando a Varian solo en la sala del trono, en compañía del peso del mando que le era tan familiar al rey.
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Cuando Varian entró al cementerio de la ciudad, el sol comenzaba su lento descenso por el horizonte, proyectando rayos cálidos de color siena sobre los enormes capiteles de la catedral y las silenciosas tumbas.
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La tristeza inundó al rey cuando pasó cerca de las lápidas que conocía tan bien, un sendero que había recorrido en previos Días de Remembranza. El incisivo y dulce aroma de las violetas frescas llegó a su nariz y conjuró recuerdos del maravilloso perfume de su esposa Tiffin, su alegre risa, su amable sonrisa.
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Se aproximó a los leones de piedra que montaban guardia sobre la tumba de su esposa y pareció entrar en algún tipo de trance mientras los recuerdos perdidos formaban un torrente en sus pensamientos. Rayos de luz dorada se reflejaban en la placa de bronce de la tumba. Varian leyó la última línea de la inscripción —pues nuestro mundo se torna frío en tu ausencia— y sintió como una amarga ola de verdad inundaba su corazón. Tú y Anduin son lo único que me ha dado calidez en este mundo, Tiffin.
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El monarca se volvió al escuchar pasos detrás de él. Con sorpresa vio como se aproximaban Benedictus y su hijo. La emoción de ver al príncipe se apagó rápidamente al notar el shock en su rostro, así como el modo en que clavó la vista en el arzobispo.
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A Varian le sorprendió ver lo mucho que Anduin había crecido y se preguntó si sólo era una ilusión óptica. Frustrado, el príncipe acomodó su arco y carcaj, lanzándole una mirada fulminante al sacerdote. —Cuando me pidió que le acompañase, arzobispo, olvidó mencionar que mi padre estaba invitado.
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Benedictus le sonrió al joven. —En ocasiones, mi estimado príncipe, es necesario guardar ciertos secretos si hemos de sanar al mundo.
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Varian sintió que regresaba al rol de padre. Quería decirle al muchacho que dejara de actuar como tonto y que madurara. Deseaba ordenarle a Anduin que permaneciera en Ventormenta y cumpliera con sus deberes como príncipe y heredero al trono. Sin embargo, sabía que esto tendría el mismo resultado que la vez pasada. Mientras más severo se portaba con Anduin, más lo alejaba.
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—¿Es éste su obsequio del Día de Remembranza? —El rey Wrynn intentó suavizar su tono. —¿Una reunión familiar sorpresa? De manera inconsciente, sus ojos se posaron sobre la tumba de Tiffin.
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El arzobispo los miró a ambos y parecía satisfecho. —En parte, pero hay más. ¿Recuerda la misión que me encomendó hace mucho tiempo? ¿Justo después de que la bienamada Tiffin murió?
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El rey pensó por un momento. Había pasado tanto tiempo e infinidad de cosas desde la muerte de su esposa. Muchos cambios, gran parte de él había cambiado. ¿Podría Tiffin amar al hombre en el que me he convertido?
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Benedictus le extendió a Varian una reluciente llave de plata y al rey el impresionó el peso del objeto que ahora sostenía en la palma de su mano. Anduin supo de inmediato lo que era, —la llave del relicario de mamá.
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Varian se quedó sin palabras y buscó algo qué decir. —¡Lo encontró! ¿Cómo?
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—Sí señor, tal como ordenó. Siento que haya tomado tanto tiempo, pero consideré que hoy sería un buen día como para regresarles a ambos los recuerdos. —Benedictus dio al príncipe un par de palmaditas en la cabeza.
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El rey sintió como una fibra sensible se movía en su interior. —Gracias Benedictus, eres un buen hombre. No quisiera pensar que haría sin ti.
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El arzobispo inclinó la cabeza. —Por favor, permitan que los deje a solas. —Hizo un gesto con la mano mientras se volvía para retirarse. —La paz sea con ambos, —dijo antes de internarse en la arboleda.
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Varian daba vueltas a la llave de plata una y otra vez, intentando comprender la extraña despedida del arzobispo. Finalmente notó que Anduin lo observaba. Todas las cosas severas que deseaba decirle a su hijo carecían de trascendencia. Se dio cuenta de que sólo una cosa era cierta. Anduin era más importante que todo eso; le quedaba claro.
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El príncipe se volvió para mirar la tumba de su madre, absorto en sus pensamientos. Varian rompió el silencio. —Es bueno verte, hijo, creo que has crecido al menos una cabeza, o más, desde… —Se detuvo. —¿Asumo que la comida draenei te sienta bien?
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—El maestro Velen dice que crezco en todas direcciones, —respondió Anduin sin retirar la vista de la tumba de su madre. —Velen siempre me recuerda que “debemos crecer en todas direcciones cada día”.
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—Consejo sabio y valioso, —dijo Varian. —En especial para un rey… o futuro rey.
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—Anduin frunció el ceño y miró a su padre, sus ojos azul profundo brillaban. —¿Está muriendo el mundo, padre?
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La simple intensidad de la pregunta tomó desprevenido a Varian, recordándole las interrogantes inocentes, si complejas, que Anduin planteaba cuando era un niño pequeño. Incluso entonces la sabiduría del muchacho había sido evidente.
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Varian trató de responder con cuidado. —No estoy muy versado en tales cosas, pero conozco los ciclos del mundo, al igual que las estaciones. Todo tiene su tiempo y tal devenir es necesario en el círculo de la renovación. —Pensó como podría describirlo mejor y desenvainó su espada. —De igual modo que una gran arma, hijo, es necesario renovar el filo de cuando en cuando si deseas que conserve todo su poder.
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—Así habla Velen también, dice que la muerte y el renacimiento son parte de la misma rueda estelar y que su gente ha presenciado la larga marcha del tiempo como nadie más.
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—Entonces de seguro sabe que los reyes y reinos van y vienen, pero que la verdad, el honor y el deber son para siempre.
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—Y el amor, —dijo Anduin sin mirar a su padre.
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El rey meditó un poco al respecto y asintió. —Sí, el amor.
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Anduin continuó. —Considero que el amor perdura aun encima de todas las cosas.
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De súbito, Varian supo qué debía hacer. Tenía el relicario de plata en la mano y hablaba incluso antes de saber lo que iba a decir. —He conservado el relicario de tu madre todos estos años como recordatorio de mis obligaciones como rey. Para recordar que toda acción tiene consecuencias y que un líder debe vivir con sus decisiones, buenas y malas, porque todo mundo cuenta con ellos.
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Varian le extendió el relicario a Anduin.
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—Quiero que tú… —El rey guardó silencio. —Es decir, pensé que quizá te gustaría tenerlo.
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Anduin asintió y Varian colocó el relicario de Tiffin alrededor del cuello de su hijo. El príncipe lo tomó y pasó sus dedos sobre los grabados, del mismo modo en que Varian había hecho por ya tantos años.
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Luego, Varian le dio la llave de plata y el tiempo se detuvo.
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Aun la brisa del cementerio pareció contener el aliento como señal de respeto por lo que ocurría. Varian sintió como si estuviera pasando algún tipo de antorcha, un sentimiento de pertenencia; un poderoso símbolo de crecimiento y adultez que de algún modo ayudaría a su hijo en el futuro.
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—Ahora te pertenece —dijo—, puedes abrirlo cuando estés listo.
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Anduin pensó por un momento y luego guardó la llave en su bolsa. Encontraría el tiempo hacer la paz con el pasado en sus propios términos.
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—Ella adoraba ese relicario, Anduin. —Dijo Varian. —Amaba la belleza y a la gente de Ventormenta… pero lo que más amaba en el mundo era a ti.
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En la luz vespertina, los ojos de Anduin se humedecieron y Varian miró a su hijo, notando más cosas que nunca antes. —He sido un tanto… ciego… al no ver el hombre en el que te has convertido.
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Con eso, las lágrimas del muchacho se desbordaron junto con las palabras que siempre había querido decir. —Desearía ser más como tú, padre. Quiero ser un gran rey pero… no soy tan fuerte… —El príncipe se limpió las lágrimas con rabia, como si fueran una señal de debilidad.
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Varian colocó su brazo alrededor de su hijo. —No, Anduin. Tienes más valor que yo y surge desde un lugar profundo en tu corazón. ¿Recuerdas lo que decía tu tío Magni? “La fuerza se manifiesta de muchas formas…”
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Ambos repitieron la última parte al unísono. “...tanto grandes como pequeñas”.
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Anduin sonrió ante el cálido recuerdo y Varian prosiguió. —Yo permanezco rígido e inflexible ante la tormenta, pero tu sientes el viento, te mueves con él y lo haces tuyo; cosa que te vuelve irrompible.
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Varian se volvió hacia el monumento a Tiffin. —Tu madre tenía esas mismas cualidades. Ella perfeccionó el arte de la persuasión gentil y su amor movía al mundo.
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El príncipe fijó la mirada en el sitio donde descansaba su madre, intentando controlar las lágrimas que manaban. Varian decía las cosas sin pensar, no como el rey de Ventormenta, sino como un padre a su hijo.
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—Es bueno que puedas llorar frente a ella, Anduin. Yo nunca tuve esa… fuerza. —Ambos guardaron silencio por un momento, mirando la tumba de la persona cuyo amor mutuo era su conexión más profunda; incluso más que la sangre.
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—La extraño, —dijo Anduin al fin. —Sé que no era más que un bebé, pero aún puedo sentir su presencia.
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—Y por eso serás el mejor de los reyes Wrynn, —dijo Varian, dándole palmaditas en la espalda a su hijo. Deseaba que el momento pudiese durar para siempre, pero sabía que eso no era posible. —Dime, ¿por dónde crees que vendrá la emboscada?
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Anduin se secó las lágrimas. —Llevan rato observándonos, ¿quiénes crees que sean?
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—Lo más seguro es que sean asesinos, —murmuró Varian. —Posiblemente decidieron aprovechar las distracciones a causa de las festividades, momento en que los líderes de Ventormenta estarían juntos en público. En fin, ¿cuál es tu plan?
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El príncipe miró a su alrededor sin ser obvio. —Nos atacarán desde el este, intentando cubrir la salida principal. Será un ataque de fuerza bruta, no de astucia. Si usamos el muro que se encuentra al oeste para cubrir nuestras espaldas podremos equilibrar la balanza.
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Varian no pudo contener su sonrisa. —Impresionante, escuchabas mientras te daba todas esas aburridas lecciones.
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—Me has enseñado más de lo que crees, padre.
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Varian asintió y Anduin respondió con una sonrisa. Algo tácito pasó entre ambos y no necesitaba palabra alguna.
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El estruendo de fuegos artificiales rompió el silencio. Del Valle de los Héroes surgieron misiles mágicos que ascendieron hasta llegar a gran altura donde estallaron, dejando escapar una cascada fulgurante de colores y formas. La ceremonia de clausura del Día de Remembranza había comenzado.
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No obstante, los fuegos artificiales también sirvieron como señal para otra cosa. De entre las sombras surgió un grupo de hombres con apariencia peligrosa. Todos iban armados y sus rostros denotaban intenciones asesinas.
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Varian se volvió hacia su hijo, casi disfrutando el momento. —Parece que voy a llegar un poco tarde a dar mi discurso.
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Los atacantes convergieron en los dos hombres y Varian contó diez, no hay problema, pensó el rey. Sin embargo, Anduin señaló hacia la retaguardia, donde un hombre surgió de atrás de un árbol. Era un poderoso hechicero. Su toga de color morado oscuro fulguraba con protecciones mágicas, en tanto que runas ardientes de energía oscilaban alrededor de su bastón torcido.
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—No me gusta la apariencia de ése, —dijo Varian mientras desenvainaba su espada. Anduin asintió, tomó su arco y preparó una flecha. El hechicero trazó un óvalo brillante en el aire y comenzó a entonar una invocación.
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Más fuegos artificiales partieron el cielo y los atacantes cargaron contra el rey y el príncipe. Los estruendos ahogaron los gritos de batalla de los asesinos mientras, del otro lado del Lago de Ventormenta, las voces de padre e hijo entonaron al unísono y con orgullo. —¡Por la Alianza!
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Un caleidoscopio de gente rodeaba las enormes estatuas en el puente que cruzaba el Valle de los Héroes. La multitud aplaudió con desenfreno al ver los fuegos artificiales mágicos, cuyas explosiones reverberaban por las murallas hasta llegar al foso.
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Sastres, herreros, cocineros, vendedores y soldados se encontraban hombro a hombro en el puente; la fila se extendía por el camino hacia Villa Dorada. Todos se la estaban pasando de maravilla, enganchados por el espectáculo.
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Sin embargo, en el escenario, el contingente de la Delegación de Honor no mostraba tal entusiasmo. Seguía el discurso del rey Wrynn y todos desconocían su paradero. Jaina y Mathias Shaw intercambiaron miradas mientras el mariscal de campo Afrasiabi saludaba al público desde el podio. Sería el gran honor de éste presentar al rey Wrynn antes de su discurso, no obstante, al concluir el espectáculo de fuegos artificiales, el monarca de Ventormenta aún no aparecía. La ceremonia estaba fuera de curso y a Afrasiabi no le agradaba cuando los planes se salían de curso.
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El mariscal de campo se volvió y gruñó. —¡Maldición! ¿Dónde está? Los presentes en el escenario se encogieron de hombros y Afrasiabi ofreció una breve sonrisa a la audiencia antes de aproximarse a los delegados y jefes de estado. La delegación misma se encontraba en caos, discutiendo toda posibilidad y contingencia. Algunos de los nobles querían que la ceremonia continuara, rey o no rey. Otros insistían que era necesario esperar a su líder sin importar qué tanto tomara.
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El general Jonathan, siempre el estratega, tenía un plan B. —Mariscal de campo, sugiero que inicie acción evasiva con fintas y distracción. Mantenga la línea mientras vamos en busca del rey. —Jaina y Mathias asintieron.
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Esa nueva estrategia desagradó aún más al mariscal de campo.
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—General, soy un comandante de los ejércitos del rey, no un cirquero. —Miró a los presentes con cara de pocos amigos, pero se topó con un conjunto de rostros desesperados. Cada uno de ellos le imploraba que hiciera el sacrificio por el equipo.
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—¡No tengo nada preparado! —Protestó el mariscal de campo.
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—Improvise, distráigalos, manténgalos entretenidos. —Dijeron varias voces a coro.
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El público gruñía ansioso a sus espaldas y, al final, Afrasiabi aceptó con un suspiro. Refunfuñando se volvió para encarar a la veleidosa multitud. —Malditos espectáculos de gnomos y ponis…
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El supremo comandante de Ventormenta ofreció una sonrisa forzada que brilló aún más que todas las medallas que adornaban su armadura. Luego comenzó a deleitar a la audiencia con uno de sus temas favoritos: la fascinante historia, así como los poco conocidos fastidios, de las tácticas usadas en las máquinas de asedio impulsadas por vapor.
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Varian Wrynn se desplazaba como elemental de viento, saltando y girando en todas direcciones para proteger a su hijo a toda costa. Un instante cargaba hacia la izquierda, lanzando amplios tajos con su espada para obligar a una fila de atacantes a retroceder. El siguiente, interceptaba a otro grupo que se aproximaba hacia Anduin desde el otro lado, descargando brutales ataques con su salvaje espada Shalamayne.
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Mantuvieron el muro de piedra a sus espaldas e intentaron repeler a los atacantes, pero, pese a sus mejores esfuerzos, ni el príncipe ni el rey podían avanzar hacia el hechicero. En la retaguardia, el mago estaba invocando algo a Ventormenta y el tamaño del portal aumentaba con cada minuto.
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Varian detuvo el hacha de uno de sus atacantes y luego seccionó el brazo del asesino con un terrible ataque con su espada. Varian saltó hacia el frente, intentando aprovechar el momento. No obstante, cada vez que ganaba terreno, sus adversarios se valían del temor por la vida de su hijo y se aproximaban al muchacho. Le quedó claro al rey que los asesinos sólo jugaban con él y que eso duraría hasta que algo saliera del portal; aunque Varian no podía imaginar qué.
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El monarca lanzó una breve mirada hacia su hijo y se llenó de orgullo. El príncipe permanecía firme, disparando flecha tras flecha contra el enemigo. De los cuerpos de los asesinos sobresalían múltiples saetas emplumadas, sin embargo, sólo tres habían muerto. Había magia oscura de por medio.
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Anduin evadió una daga arrojadiza y quedó más cerca de Varian. —Están protegidos, padre. ¡Ten cuidado!
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Varian se volvió hacia su hijo. —Mantente cerca, ¡debemos alcanzar al hechicero antes de que termine su invocación.
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El príncipe asintió y levantó las manos. —Dos pueden jugar el juego de protección. —Murmuró una oración y enunció la palabra de poder “Escudo”, ésta hizo eco en los cielos como un trueno.
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Varian sintió como se erizaron los vellos en la parte posterior de su cuello al materializarse un escudo de energía divina a su alrededor. Éste le sonrió a su hijo de modo rapaz y luego se volvió para encarar a dos pícaros que se encontraban en mal lugar y en el momento equivocado. —¡Veamos si están protegidos contra esto! —Rugió Varian. El monarca dio un salto heroico y lanzó un brutal ataque con su espada al descender.
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El orbe fulgurante de Shalamayne dejó un destello de luz borrosa mientras la hoja partía al sorpendido asesino de cabeza a estómago. El torso sin vida cayó en dos pedazos y Lo’Gosh, aún antes de que el cadáver seccionado tocase el suelo, ya iba en pos de su próxima víctima; descargando un feroz tajo y acabándole igual de rápido. Anduin le apoyaba disparando flechas, cubriendo los flancos de su padre.
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Las dos coronas de Ventormenta se movían como uno, cortando con y perforando con flechas mientras se abrían paso por la línea defensiva en dirección a un hechicero que parecía estar cada vez más desesperado. El rey y el príncipe eran el equipo perfecto. Varian atacaba con fuerza bruta ilimitada y Anduin descargaba un aluvión de filosas saetas hacia puntos donde causarían el mayor daño posible.
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El hechicero maligno cayó en la cuenta de que su oportunidad de tener éxito disminuía y redobló esfuerzos, canalizando más energía hacia el campo brillante. Con esto, algo grande y terrible comenzó a tomar forma en el interior del portal.
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—No se encuentra dentro del castillo, he revisado en todos lados. —Dijo el general Jonathan, aún sin aliento por la búsqueda.
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Jaina miró a Mathias y frunció el ceño. —Esto no es típico de él. —¿Dónde puede estar? ¿Dónde está el príncipe?
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Ante tales palabras, el general quedó aún más alarmado. —¿Desconocemos el paradero del rey y del príncipe? ¡Esto es un desastre!
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Shaw sacudió la cabeza. —Amplíen el área de búsqueda, general, yo movilizaré a SI:7.
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—Yo revisaré el puerto, —dijo Jaina mientras desaparecía con un destello de luz blanca.
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Consternado, Jonathan se encaminó hacia la salida.
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—General —dijo Shaw preocupado en tanto que detenía a Jonathan por el brazo—, prepárese para sonar la alarma, temo que haya algo siniestro en marcha.
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El rey era un feroz lobo, enfrentando a cada defensor en su camino; hasta dos o tres al unísono. Sus ojos denotaban sed de sangre mientras se abría paso hacia el hechicero. Luego de un aluvión de ataques, sólo tres enemigos lo separaban de su presa.
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Anduin disparaba flechas con movimientos fluidos que denotaban maestría. Las saetas silbantes alcanzaron a uno de los últimos defensores con precisión perfecta, clavándose profundamente. El pícaro cayó al suelo y Anduin parpadeó sorprendido. Era obvio que el hechizo de escudo se había disipado y el hechicero estaba demasiado concentrado en canalizar hasta la última gota de su maná en el portal; no en la protección para sus camaradas. Los últimos dos asesinos miraron consternados al hechicero y Varian aprovechó la oportunidad.
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Con una veloz carga recorrió la distancia que los separaba y cruzó acero con ambos pícaros al mismo tiempo, proyectándolos hacia atrás con su furioso embate. Tal acción los dejó aturdidos y desprotegidos, un instante, pero eso era todo lo que Varian necesitaba.
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Al son de un grito de guerra que pareció surgir de las profundidades de la Vorágine, Varian descargó un torbellino de acero afilado, hendiendo armadura y decapitando a ambos asesinos al mismo tiempo; la expresión de horror y sorpresa quedó congelada en sus rostros mientras dos cabezas se precipitaban hacia el suelo.
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Jadeando, Varian se detuvo y miró al hechicero que se encontraba tan solo a unos pasos. Éste mostró sus dientes amarillos en una sonrisa de triunfo. —¡Demasiado tarde! ¡Tu perdición es…!
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Antes de que el taumaturgo pudiese terminar, Varian cargó de nuevo, lanzando un tajo con su espada en tanto que Anduin descargaba una flecha por encima del hombro de su padre. Para sorpresa de ambos, el hechicero ni siquiera intentó defenderse; la flecha le perforó el cuello, seguida de la espada de Varian atravesándole el pecho. Sú única preocupación había sido completar el hechizo del portal, aun a costo de su propia vida.
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El hechicero presentaba una sonrisa de triunfo mientras se desplomaba. Con el portal finalizado, era posible percibir la silueta oscura y voluminosa de una criatura aproximándose.
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—¡Atrás Anduin! —Gritó Varian.
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Con un destello de luz, surgió una enorme figura del portal. Anduin dejó escapar un grito ahogado de asombro mientras Varian adoptaba una postura defensiva. Frente a ellos se encontraba el dracónido más grande que jamás habían visto. El enorme monstruo mitad dragón, mitad humano, estaba ataviado de cola a cabeza con una colosal armadura púrpura que ostentaba las marcas del culto del Martillo Crepuscular. Sus gruesas placas refulgían con hechizos de protección.
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El dracónido desenvainó dos gigantescas hachas que llevaba a la espalda y rugió un desafío que sacudió los árboles y le heló la espina dorsal a Anduin. Varian se colocó entre el monstruo y su hijo, a quien miró de reojo poco después. —Sin importar lo que pase, permanece detrás de mí, Anduin. ¿Entiendes? No te acerques, esta criatura… esta cosa… es algo distinto.
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El príncipe ni siquiera tuvo la oportunidad de asentir antes de que el dracónido aullara con furia y se abalanzara contra el muchacho.
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—Entonces, con el advenimiento del cigüeñal de vapor transversal de Gnomeregan —prosiguió el mariscal de campo, mirando sobre su hombro con la esperansa de que el rey hubiese llegado ya—, ah… con este nuevo engranar de rueda dentada, y gracias al sistema de presión mejorado, la máquina de asedio podía lanzar proyectiles de más de 300 kilogramos; incluso en el gélido clima de Corona de Hielo.
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El mariscal de campo Afrasiabi hizo una pausa, esperando que la multitud quedara tan impresionada con ese dato como él. En efecto, la gente de Ventormenta se encontraba impactada, tanto que no emitían sonido alguno. En el fondo se escuchó la caída de un abalorio. El mariscal de campo se volvió y se encogió de hombros, dándose por vencido.
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Los nobles de la ciudad se encontraban fuera de sí y uno de ellos espetó, —alguien haga algo. ¡Esto es un desastre! ¿Dónde está el rey?
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Todos los delegados comenzaron a hablar al unísono. Habían estado vociferando y cuchicheando por un buen rato ya, pero por fin alcanzaron un consenso. Se volvieron hacia Benedictus. —Hemos decidido que el arzobispo debe hablar en lugar del rey.
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Benedictus hizo un ademán. —No, no. Me halagan, pero no me corresponde. Esperemos a ver qué ocurrió con nuestro rey.
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La multitud abucheaba y silbaba. El mariscal de campo Afrasiabi abandonó su puesto en el podio y se sentó disgustado. —Hmmph… ¡Yo gano batallas, no corazones!
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Un creciente sentimiento de preocupación se diseminaba entre el público. La gente comenzaba a percibir que algo estaba mal. Breves comentarios de ansiosa insatisfacción alcanzaron las gradas conforme el muro de voces de la multitud se hizo más fuerte.
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—Los estamos perdiendo, Padre. Haga algo. —Suplicó uno de los nobles. —Por favor, el pueblo le adora.
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Benedictus miró a los miembros de la delegación y finalmente aceptó. —Muy bien, será mi gran y humilde honor decir unas cuantas palabras como tributo al día de hoy.
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La multitud murmuró satisfecha cuando el arzobispo Benedictus avanzó hacia el podio, su presencia tranquilizadora pareció llenar el vacío del valle. El escándalo se tranquilizó y se apagó, la gente se encontraba deseosa de escuchar a su líder espiritual. El arzobispo hizo una pausa y luego levantó las manos. Hubo una ovación y Benedictus comenzó a hablar.
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Sangre brillante manaba de heridas recientes mientras Varian aguantaba un poderoso golpe de la enorme hacha del dracónido. La gigantesca criatura avanzó y descargó un ataque con su segunda hacha. Esto hizo que Varian se tambaleara, ya que su espada apenas y absorbió el aplastante impacto. El monarca notó una oportunidad y, con gran destreza, lanzó un tajo contra el abdomen de la criatura. No obstante, su espada rebotó en la armadura con una lluvia de chispas. El dracónido miró hacia abajo y soltó una risa gutural, caminando en círculos lentos alrededor del guerrero cansado; jugando con él.
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Anduin disparó su última flecha contra la bestia, pero era inútil; como mosquitos frente a un gnoll. Varian continuó su lucha, intentando mantener la atención de la criatura alejada de su hijo. Conforme caía golpe tras golpe sobre el rey, Anduin sólo podía ver angustiado como su padre intentaba desviar la increíble fuerza del monstruo.
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De súbito, el dracónido giró, moviéndose más rápido de lo que su tamaño pudiese sugerir. Varian logró detener las hachas, pero la cola con púas de la criatura alcanzó de lleno al rey en el pecho y lo derribó. Varian aterrizó violentamente, rodó hasta detenerse y quedó inmóvil.
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Anduin stared in shock at the prone body of his father. It all seemed like a nightmare that he could not wake from. "Father!" Anduin shouted, but Varian lay still, covered in dust and blood.
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El príncipe caminó hacia el rey, pero luego sintió la tierra temblar bajo sus pies. Levantó la mirada justo a tiempo para ver al dracónido lanzarse contra él cual toro enardecido; gigantesco y sin piedad. Una de sus hachas masivas ya estaba rebanando el aire con dirección al puente de la nariz del muchacho.
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Anduin cayó de espaldas, sosteniendo su arco cual pluma en un huracán. El hacha del dracónido se impactó contra el arma, despedazándola y enviando al joven al suelo. Estaba boca abajo en el lodo, sus brazos y pecho entumecidos por el impacto. Hizo el intento de incorporarse, pero su cuerpo aturdido se negó a cooperar. Todo lo que podía hacer era rodar, lo que fue suficiente para salvar su vida. Instantes después, la segunda hacha cayó con gran fuerza en el sitio donde había estado la cabeza de Anduin. Tierra y guijarros salieron despedidos a causa del tremendo golpe, forzando al muchacho a entrecerrar los ojos.
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El príncipe se colapsó jadeando, su mente una avalancha de pensamientos. Anduin miró el cuerpo inerte de su padre y luego se obligó a mirar al enorme dracónido que se encontraba al frente, intentando mostrar la ausencia de miedo y el orgullo que corresponde al príncipe de Ventormenta; tal como su padre haría. Clavó la vista en los fríos ojos azules de la criatura y sintió como lo envolvía una extraña calma.
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El ser mitad dragón levantó sus hachas y se mofó, sus colmidos retorcidos goteaban con sed de sangre. Anduin murmuró una breve oración, consciente de que todo terminaría pronto. Las hachas silbaron con júbilo salvaje…
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De súbito, una ráfaga de colores azul y dorado se encontraba sobre él. Su padre estaba ahí, sangrando y tambaléandose, y había detenido el ataque del dracónido con su espada. Al son de un agudo chirrido de metal contra metal, el hacha del hombre dragón y el arma de Varian cayeron al suelo… pero el dracónido descargó un feroz tajo con su segunda hacha.
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Varian sintió como la mordida de la hoja partió su armadura y se incrustó profundamente en su tórax. El violento impacto sembró al rey en el suelo, pero sus ojos nunca se despegaron de Anduin. Quería asegurarse de que su hijo no estaba herido.
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Sus miradas se cruzaron y los ojos de Varian adquirieron un matiz más suave, aliviado de que su hijo estaba ileso. Sin embargo, al asentarse el polvo, la mirada de Anduin denotó gran horror ante lo que veía.
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Varian se encontraba en el suelo, con el hacha del dracónido clavada en el pecho. Anduin gimió con angustia durante ese instante que parecía extenderse como si fuera una eternidad. El monarca miró a su hijo a los ojos y le dijo que todo estaba bien. Así termina siempre para los reyes Wrynn…
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El dracónido se encontraba cerca, riendo mientras Varian tosía y le suplicaba con la mirada a Anduin que le concediese un último favor.
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—Corre… —Susurró Varian en tanto que una fresca y gentil negrura le envolvía lentamente. Déjame ser el último que pague este precio. La criatura se burló del rey, arrancando el hacha de su pecho, un tirón extrañamente sordo. Ya no había dolor ni tristeza, Varian sabía que moriría tal como había vivido. La criatura alzó la hoja mojada, su superficie metálica, marcada y ensangrentada, brillaba con el sol del ocaso. Qué pacífico es este sitio, Tiffin…
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Varian sintió que el mundo se alejaba… pero luego percibió que alguien se encontraba de rodillas junto a él, orando y permaneciendo firme ante el temible dracónido. El monarca luchó por mantener la consciencia y vio que su hijo tenía los brazos extendidos; sus palabras y oraciones le protegían y mantenían a raya a la criatura. Anduin se incorporó y alzó sus brazos hacia el cielo. Una nova dorada de energía divina obligó al monstruo a retroceder mientras el príncipe avanzaba, fuerte y sin temor. ¡Como un rey!
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Cuando Anduin entonó la palabra de poder “Barrera”, el cementerio pareció tornarse borroso y fulgurante en torno al rey y al príncipe. Confundido, el dracónido descargó su hacha contra el muchacho, pero la imponente hoja rebotó sin causar daño al son de un timbre celestial. Varian observó maravillado mientras Anduin perseveraba. El dracónido, listo para atacar, caminaba en círculos alrededor de Anduin, quien sólo tenía su fe como arma. Varian trató de alcanzar su espada, pero ésta se encontraba muy lejos. Cayó nuevamente de espaldas sintiendo gran dolor. No podía respirar bien, mucho menos moverse.
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Anduin se mantuvo erguido como una roca, valiente y resuelto, aun cuando el dracónido preparaba una última carga. Varian rodó pese al terrible dolor e intentó levantarse, tenía que hacer algo. De pronto, sintió el pesado fragmento de la armadura del dragón negro en su cinturón. Al cabo de varios intentos, el rey logró sacar la filosa púa.
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Al cargar el dracónido, el muchacho no se inmutó, rodeado por un aura de Luz Sagrada. Abrió sus palmas y entonó las palabras para disipar magia. La tierra se cimbró a causa de la energía, sacudiendo las lápidas y enviando una onda por la superficie del lago. Un destello de fuego surgió del cielo y golpeó al dracónido mientras éste se aproximaba.
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El infierno cegó a la bestia y ésta trastabilló en dirección a la serena silueta de Anduin; aullando de rabia y dolor. Al desplomarse el dracónido, su armadura adquirió rápidamente un color gris sin brillo; libre de la protección de magias oscuras.
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En el último instante, Varian arremetió contra la bestia con toda la fuerza que le quedaba en el cuerpo, alzando la punta hambrienta del fragmento de armadura de Alamuerte.
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El choque con el dracónido fue como una tremenda avalancha mientras éste cayó encima de Varian. El filoso fragmento perforó la armadura del monstruo y se hundió en su pecho. En algún lugar de su mente, Varian escuchó algo que parecía ser mitad grito de batalla y mitad grito de agonía, pero no estaba seguro si lo emitió él o la criatura. Luego, por fortuna, todo se volvió negro.
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En algún punto muy distante, Varian sabía que Anduin estaba ahí. Abrió los ojos para ver que su hijo le abrazaba, las lágrimas del muchacho mezclándose con el charco de sangre que se extendía bajo el rey.
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Jaina y Jonathan entraron corriendo al cementerio acompañados por un contingente de guardias. El general frunció el ceño e indicó a sus hombres que revisaran los cadáveres de los asesinos. Jaina se arrodilló junto al príncipe. Al ver la terrible herida de Varian, ella dirigió una mirada a Anduin y sacudió la cabeza.
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Varian miró a Anduin con calidez y admiración. —Tenías razón… —dijo con una mueca de dolor—, el amor sobrevive a todo. Anduin limpió la sangre y tierra de los ojos de su padre, pero Varian apenas y podía sentirlo. Su cuerpo estaba tan frío; el mundo parecía derretirse.
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El sol brillaba de color rojo sangre en el horizonte, bañando el cementerio en un tono carmesí oscuro. El rey cerró los ojos y dejó que la Luz hiciera lo suyo. Mientras la guardia de honor de Ventormenta se reunía alrededor de su moribundo rey, la respiración entrecortada de Varian se tornaba cada vez más débil y menos frecuente.
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—Lo siento mucho, padre, —dijo Anduin entre sollozos.
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Varian abrió los ojos e intentó sonreír. —No, soy yo quien lo siente… por no haber visto antes lo que eras… lo que siempre has sido. Estoy muy orgulloso… de que tú eres mi hijo. —Varian levantó su mano ensangrentada para tocar la mejilla del muchacho. —No llores por mí, Anduin. Éste siempre ha sido mi destino… no permitas que se convierta en el tuyo.
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Con eso, el brazo de Varian cayó inerte. Anduin se quedó ahí, paralizado por un instante que pareció una eternidad; su cuerpo entumecido mientras su vida se desplomaba en espiral frente a sus ojos. Jonathan se inclinó para ayudar al joven a incorporarse. —Ven Anduin, es necesario que te llevemos a la seguridad del castillo. El heredero al trono debe ser protegido.
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Anduin se quedó inmóvil. No había escuchado ninguna de las palabras del general, sólo miraba el bulto moribundo que era su padre sin poder creerlo.
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—Dejemos este lugar, —suplicó Jaina, extendiéndole un brazo. Pero el príncipe los apartó y se limpió los ojos con súbita furia.
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—¡No! ¡Esto no termina así! —El joven sacudió el cuerpo del rey. —¿¡Me escuchas padre!? —¡Un príncipe Wrynn jamás volverá a ver a un ser amado morir frente a sus ojos! ¡Éste no es nuestro destino! —Anduin gritó hacia el cielo y las nubes parecieron abrirse a modo de respuesta.
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Los presentes miraron con asombro cuando el príncipe cerró los ojos y comenzó a murmurar lentamente un ensalmo. En un principio el sonido era suave y gentil, pero conforme aumentó el crescendo de su voz, se convirtió en una bella y poderosa canción. Al surgir las palabras, las manos del joven comenzaron a brillar con luz tenue. Gradualmente, dicho brillo se intensificó hasta rivalizar con el sol del ocaso, inundando el cementerio con luz similar a la del mediodía.
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La canción alcanzó su ápice y el joven sacerdote alzó sus ojos y voz hacia los cielos, suplicando al corazón del cosmos que le proporcionase una fuente de poder divino.
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De súbito, rayos líquidos más radiantes que mil soles surgieron de las puntas de los dedos de Anduin, penetrando el cuerpo del rey y pintándolo todo con un resplandor amarillo brillante. Los guardias exhalaron con asombro y retrocedieron. El cuerpo de Varian estaba siendo sacudido por un influjo de luz pura y en el centro de todo ello se encontraba Anduin, manteniendo a su padre cerca mientras una vorágine de infinita belleza danzaba entre ellos.
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Luego, en agudo contraste con las intensas espirales de energía que giraban por doquier, el príncipe colocó sus manos en la frente del rey inerte y comenzó a hablar con voz melodiosa y gentil; orando de modo pacífico.
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Benedictus estaba en su elemento y la multitud aplaudía todo lo que decía. La gente de Ventormenta algún día se daría cuenta de que este día había sido inevitable, que a través de él, el mundo finalmente sería purificado por estos importantes acontecimientos.
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Extendió un brazo hacia la muchedumbre que seguía con atención cada una de sus palabras. —En estos momentos enfrentamos tiempos terribles. El mundo y sus cimientos han sido hendidos por completo. ¡Azeroth está siendo purificado por fuego divino y siempre recordaremos estos días de tribulación como el crisol que dio origen a una nueva era!
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La multitud aplaudió sin saber por qué y Benedictus sonrió para sí mismo, cerrando los ojos con satisfacción. De pronto, la multitud vitoreó nuevamente, con mucho más fuerza que antes. Sorprendido, Benedictus abrió los ojos. Otro rugido, mucho más fuerte que el previo, y el arzobispo se volvió para ver cual era el objeto de las ovaciones de la multitud.
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Cojeando, maltrechos y cubiertos de sangre, el rey Varian y el príncipe Anduin entraron en escena, avanzando trabajosamente a causa de la fatiga. Conforme el público notó el estado en el que se encontraban, surgieron murmullos de preocupación, pero Varian alzó una mano para calmarlos y el silencio se hizo presente.
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Benedictus no tenía palabras; hizo una reverencia y le cedió el escenario al rey de Ventormenta. Varian cojeó hasta el podio. Anduin le ayudaba a mantenerse firme en su estado de debilidad. El monarca le dio a su hijo una palmadita en el hombro y asintió a modo de agradecimiento. Anduin regresó con Jaina y los demás delegados.
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Varian cayó en la cuenta de que nunca tuvo tiempo para preparar su discurso del Día de Remembranza. El rey hizo una pausa breve, intentando sonreír pese al dolor que sentía y supo perfectamente qué era lo que tenía que decir. Señaló las enormes estatuas que los rodeaban.
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—¡Escúchenme ciudadanos de Ventormenta! Su rey se encuentra frente a ustedes y su corazón aún palpita! Un tambor que cada día resuena con más fuerza al ver la determinación que han mostrado para reconstruir después de la tragedia. Del mismo modo en que estas estatuas siguen de pie, Ventormenta también; ¡hoy y siempre!
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Como si los primeros rayos de la mañana hubieran surgido en el horizonte, la multitud estalló con la ovación más brillante que jamás se había escuchado ante las puertas de la gran ciudad humana.
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—Estamos aquí reunidos este Día de Remembranza para honrar a aquellos héroes que nos han mostrado el camino con la luz de sus vidas y la gloria de sus obras.
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La multitud respondió con aplausos de entusiasmo.
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—¡Uther Lightbringer!
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Los aplausos se convirtieron en un rugido salvaje.
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—¡Anduin Lothar!
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La ovación ahogó todo sonido por largo tiempo y Varian aguardó pacientemente a que concluyera. Rebosaba de orgullo por su gente y su ciudad, sin embargo, su tono se volvió más sombrío.
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—Una vez más enfrentamos una nueva y terrible amenaza. —El rey señaló las torres dañadas. —Aun ahora, llevamos cicatrices recientes provocadas por fuerzas oscuras que buscan nuestra destrucción. —Varian levantó la voz para que todos escucharan. —¡Pero la humanidad no se encoge de miedo tan fácilmente! ¡Estamos de pie en la brecha y mantenemos la línea! ¡Nunca seremos esclavos del miedo!
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La multitud aplaudió con desenfreno. Los delegados que se encontraban en el escenario detrás del rey aplaudieron como uno, sus diferencias y quejas perdidas con el momento. Conforme la muchedumbre gritaba jubilosa, Varian echó una mirada a Jaina y Anduin, quienes luchaban contra sus propias emociones. Cuando habló de nuevo, su voz era más suave y paternal, algo que la gente de Ventormenta no había escuchado antes.
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—El día de hoy debemos recordar no sólo lo bueno, sino también lo malo, ya que nos hacemos mejores con la adversidad ylos tropiezos. Yo he sido… un rey ausente, dando a caza a nuestros enemigos hasta el corazón del inframundo. La seguridad de todos ustedes es mi responsabilidad principal y que gocen de una buena vida es mi primera y única vocación. Porque no es la gente la que sirve al rey, ¡sino que el rey quien sirve a su gente!
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La audiencia aplaudió una vez más. Volaron rosas al escenario y buenos deseos surgieron de todos los rincones de la multitud. Quedaba claro que a la gente le importaba mucho más de lo que el rey sabía y esto le llegó al corazón.
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—No siempre he sido el mejor líder… o padre… o esposo. —Los ojos de Varian se tornaron vidriosos a causa de los recuerdos. Se volvió y asintió, mirando a su hijo.
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—Un hombre sabio dijo, “cada uno de nosotros debe crecer en todas direcciones cada día”. Bueno, mis huesos aún pueden crecer un poco más y detrás de mí veo una ciudad que resurge del desastre, ¡con renovadas esperanzas y capiteles fulgurantes!
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Las ovaciones de los arquitectos y mamposteros fueron las más sonoras de todas. Varian alzó una mano para continuar.
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—Sí, hoy honramos al pasado, ¡pero con los ojos puestos en un futuro más brillante! Uno que forjaremos juntos, ¡para nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos!
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El rugido resultante fue la combinación de amor y esperanza.
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Varian miró a la multitud y notó muchos rostros jóvenes con los ojos fijos en él, niños que pronto emprenderían sus propias misiones y que, de modo muy particular, harían del mundo un mejor lugar.
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—Cada generación está destinada a lograr su gran promesa. Es seguro que cada una enfrentará un conjunto único de pruebas y tribulaciones; habrá algunas que estarán convencidas de que el fin se acerca. Pero no hay verdad en la mentira repetida hasta la saciedad en las tabernas. Esa que dice que los “buenos viejos tiempos” se encuentran para siempre detrás de nosotros. ¡No! ¡Cada día que despertamos con vida es un gran día! ¡Y cada generación encuentra el modo de convertirse en la mejor generación que ha vivido!
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En tanto que la multitud aclamaba, el rey echó una mirada a la delegación de honor. Jaina sonreía y Anduin aplaudía con más fuerza que nadie, el relicario de su madre danzaba en su cadena. El rostro del joven estaba lleno de orgullo y algo más: amor.
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Varian ya no se sentía solo en su lucha para proteger el mundo. La sangre de sus padres corría por sus venas y, de igual modo, por las de Anduin. Varian sintió como la calidez y el consuelo de sus ancestros se extendía, incluso, más allá de la Gran División. Eso le dio fuerza para ser rey y algún día le daría a Anduin el poder para cumplir su propio destino. Varian le sonrió a su hijo y luego se volvió hacia el público. Ahora contaba con una seguridad que llenaba los espacios vacíos, los cuales se habían enconado por largo tiempo en su corazón.
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—En el pasado hemos dependido de la fuerza y del acero para forjar nuestro camino. Protegemos lo que podemos y destruimos lo que debemos. Pero esa no es la única vía. Si hemos de restaurar este mundo, llegará el día en que los líderes de Azeroth ya no sean guerreros, ¡sino sanadores! Aquellos que curen en lugar de romper. Sólo entonces podremos remediar nuestros males profundos y alcanzar paz duradera.
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La multitud rugió su aprobación unánime. Incluso el barón Lescovar y su grupo de nobles se encontraban de pie y aplaudiendo, conmovidos por el poder y el orgullo de la visión de su rey. Varian Wrynn alzó ambas manos para que la audiencia guardara silencio por última vez y señaló de nuevo a las majestuosas estatuas.
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—¡Miren hacia arriba! Los héroes de antaño aún se mantienen firmes y los honramos y recordamos el día de hoy. ¡Ahora miren a su lado! ¡Junto a ustedes se encuentran todos los héroes del mañana! Tú… y tú… y tú. Cada uno de ustedes jugará un papel; cada uno marcará la diferencia. ¡Con el tiempo, algunos serán honrados este día por proezas mucho más grandes de lo que podríamos imaginar!
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Las generaciones más jóvenes de la multitud agregaron sus voces al rugido, ojos inocentes encendidos con la promesa y emoción de las fantásticas aventuras del porvenir. Aun el brusco mariscal de campo Afrasiabi pretendió tener una basurita en el ojo en lugar de una lágrima.
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—Entonces, ¡pueblo de Ventormenta! Unámonos este día, renovemos nuestra promesa de mantener y proteger la Luz. Juntos vamos a enfrentar esta nueva tormenta de oscuridad y nos mantendremos firmes ante ella; como siempre ha hecho la humanidad… ¡y como siempre hará!
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La multitud guardó sus rugidos más sonoros para el final. Un coro de ¡Larga vida al Rey Varian! ¡Larga vida al rey Varian! Ascendió hacia el cielo con vigor y convicción. Las ovaciones no tenían fin y hacían eco en el bosque de Elwynn; llegando débilmente hasta los picos distantes de las Montañas Crestagrana.
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Mientras Varian se deleitaba con la calidez de su pueblo, se sintió verdaderamente en casa por primera vez en muchos años. Apreciaba la gran fortuna de ser padre, el increíble honor de ser el rey de Ventormenta y, no por primera ni última vez, el rey Varian Wrynn se sintió muy orgulloso de ser humano.
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==Fuente==
 
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Revisión del 10:08 14 oct 2011

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Este artículo o sección aborda contenido proveniente de novelas o historias cortas de Warcraft.
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Sangre de nuestros padres es una historia corta escrita por E. Daniel Arey y publicada en Octubre de 2011 en la página web de World of Warcraft. Está centrada en la figura de Varian Wrynn y sus antepasados, también reyes humanos, Landan Wrynn, Adamant Wrynn y Llane Wrynn [1].

Personajes

Principales Secundarios Mencionados


Fuente

Referencias